A Lalo Arantegui le había hecho tilín desde hacía tiempo. Aquí o allí, el diretor deportivo quería cruzar algún día su camino con el de Natxo González. Finalmente ha sido en Zaragoza donde ambos se han encontrado. Forman el binomio sobre el que se sustenta esta temporada la esperanza del Real Zaragoza, siempre renovada y siempre querida fiel. Va pasando el tiempo y, día a día, crece el conocimiento sobre la figura del técnico. Cuando llegó era casi un desconocido. Su imagen gruesa se resumía en cuatro trazos: hombre hecho a sí mismo en el fútbol de barro, de trayectoria exitosa reciente en el Reus con un ascenso brillante y una permanencia no menos meritoria. Y, claro, un equipo a sus órdenes que había sido capaz de recibir 29 goles en 42 jornadas. Un muro. Como antes en otros lugares. Más: la grata imagen del Reus en La Romareda con un fútbol de despliegue y la derrota del Zaragoza en la vuelta.

Quizá hubo quien pensó que con esa hoja de servicios, y con alguna anterior como en Vitoria, Natxo iba a apostar aquí por una propuesta más defensiva. No ha sido así. Acaso al contrario. En su búsqueda de la fiabilidad, el técnico ha comprendido qué tipo de plantilla tiene (jugadores de calidad y tronío ofensivo), el tipo de plaza en la que torea y el ADN del club. El Zaragoza de Natxo quiere el balón, mira siempre hacia arriba y busca ser protagonista.