La final de la Recopa del 10 de mayo de 1995, 25 años después, se juega en la memoria, que es un bello estadio donde la fantasía supera al máximo rigor que se quiera aplicar al relato del acontecimiento. Revivir con certeza evocadora el título continental conquistado por el Real Zaragoza, el perfume de aquella noche parisina, la explosión de júbilo de Aragón y de gran parte de España con el gol de Nayim, es un ejercicio literario que se ha repetido en cada aniversario hasta convertirse en un desfile de seres mitológicos por el valle del imaginario. Los biógrafos y cronistas de aquella hazaña hemos consumido y compartido en este tiempo testimonios, anécdotas, sentimientos y emociones para avivar una llama que desde hace mucho se alimenta por sí sola con el combustible de la eternidad. Todo se ha revisado y no hay aficionado, de generaciones anteriores y posteriores, que no haya visitado con admiración y orgullo ese paraíso de la épica, inaugurado tres décadas antes por Los Magníficos, la primera dinastía que reinó en La Romareda.

Poco nuevo se puede añadir para dilatar lo vivido en el Parque de los Príncipes. Y, sin embargo, una vez más regresa el encuentro frente al Arsenal para retarnos a detallar lo que verdaderamente ocurrió. Es la petición seductora del pequeño que, antes de dormirse, ruega a sus padres que le repitan el mismo cuento que se sabe de principio a fin y que abriga sus sueños de felicidad. Anclado en el puerto de las ilusiones imborrables, toca entender el significado definitivo de aquel viaje de ida sin retorno al país de nunca jamás, donde los niños no crecen. En ese mismo lugar había una vez una gran dama de muy breve estatura, una anciana de casi 100 años que se perdía ya por los acantilidados erosionados de su rica memoria. Las reminiscencias del pasado escalaban sin problema alguno por encima de las cordilleras de lo inmediato. La recuerdo susurruando canciones de antes de la guerra, sin perder la sonrisa, para preguntarte, mil y unas veces, por la hora que era, si hacía mal o buen tiempo... Entre esas lagunas innavegables para la razón, de repente, recitaba a menudo una alineación de baloncestistas de gloria madridista: "Emiliano, Corbalán, Brabender, Iturriaga y Luyk".

El quinteto venía a vernos, generalmente, al caer la noche. Nunca supimos el porqué, aunque tenía mucho que ver con su pasión por la radio, por el deporte y por el conocimiento de lo importante, y de sus archivos desordenados sacaba sin previo aviso una colección de estrellas que iluminaban su rostro. La Recopa cumple 25 años. Cuando el trofeo doble la edad, cuando ya las canas se posen en cada 10 de mayo y en gran parte de quienes fuimos testigos directos o indirectos del ingenio volador de Gigi, el reloj del olvido se detendrá sin porqués para que de nuestros labios y del megáfono de Sergi brote una lista de futbolistas sobrevolando la rebosante plaza del Pilar. "Cedrún, Belsué, Solana, Aguado, Cáceres, Aragón, Nayim, Poyet, Pardeza, Higuera, Esnáider, García Sanjuán, Geli, Juanmi, Óscar, Loreto, Lizarralde, Darío Franco y Cafú.".

Porque lo realmente extraordinario de aquella victoria del Real Zaragoza y de la belleza de un fútbol radiante es su legado de herencia inmortal en la memoria, donde se juega un partido inacabable por lo fabuloso de sus protagonistas, unos chicos muy humanos que fueron duendes, y por una hinchada con corazón de hada madrina que aún empuña banderas y bufandas al viento en el París de nunca jamás.