Bajo esa tierna apariencia de niño bueno, Febas aniquila al enemigo. Utiliza la seda pegada a sus botas que, en contacto con el balón, se convierte en una combinación mortal. Puro veneno. Su herramienta es el talento, un arma de destrucción masiva que provoca heridas de máxima gravedad. No hay antídoto ni cura. Febas es un asesino silencioso que abrasa a través de un fútbol de recreo. Basta una pelota y un grupo de amigos, cómplices en el ataque a un oponente incapaz de descifrar su estrategia. Febas gana siempre, aunque pierda.

Su sonrisa le delata. Porque su diversión es contagiosa y su arte acumula fieles. Ayer, la Romareda, ese campo de juegos, fue el escenario de un festival de fútbol de quilates. De esos que tanto ha degustado. De esos que hace años que no se lleva a la boca. Fútbol de seda. Como el de Febas.

Las crónicas elevarán a Toquero, merecido héroe esforzado de la batalla. Él fue el ejecutor pero fue Febas quien lo ideó todo. Si el adversario está bien colocado, cambios de ritmo, combinación rápida y uno contra uno. Si, ya herido, enseña los dientes amenazante, Febas pone la pausa. Desde la derecha, sin ahorrar un ápice de esfuerzo en la recuperación y con detalles de artesanía. Y la Romareda se vuelve loca y hace la ola. Y el fútbol vuelve a casa.

Ni marcó ni asistió. Ni falta que le hizo. Febas manejó el partido a su antojo, escudado por Zapater y Toquero, dos guerreros con los que se puede ir a cualquier batalla. Ellos ejercieron de generales de un ejército poderoso al que, por una vez, incluso le acompañó la fortuna, con un penalti de Eguaras no pitado justo después del primer gol del Zaragoza en su primera llegada, y un mal disparo de Nieto que ni supo aprovechar, al poco de la reanudación, el único error de Zapater.

Al Numancia, claro, no le quedó más remedio que deponer pronto las armas. Se sabía derrotado por un rival demasiado fuerte. Y el zaragocismo sonrió gozoso entregado a los caballeros de Febas, que, cuando silbó el árbitro, recogió el balón con la satisfacción de la misión cumplida. El recreo había terminado.