La convención republicana ha tomado Manhattan, territorio hostil como se vio en las manifestaciones del domingo, con el doble objetivo de rememorar los atentados del 11-S y recomponer la unidad de la nación frente al terrorismo, en beneficio del presidente Bush. Pero la realidad de las mentiras y las equivocaciones es tozuda. En vez de preservar la unidad, la explotación partidista de las víctimas y la onerosa guerra de Irak mantienen abiertas las heridas, pese a que Bush reconozca los errores y describa en Time como "un éxito catastrófico" la rápida victoria militar obtenida en Irak en abril del 2003. Bush dispone de cuatro días para escenificar el cambio. Si en el 2000 se presentó como un hombre capaz de promover una política bipartidista, ahora aparece como el responsable de una guerra crecientemente impopular y de la fractura social que deriva de la irresponsabilidad fiscal y de los déficits que comprometen el futuro. Habrá que esperar a que acabe la convención para conocer el alcance de la rectificación en marcha en las políticas concretas y, sobre todo, en el estilo de liderazgo, si es que EEUU va a expresar su hegemonía con decisiones consensuadas con los aliados, única manera de combatir eficazmente el terrorismo.