N uestro espacio de revolución es el voto. Tenemos la opción de expresarnos, manifestarnos y asociarnos. Pero en el actual mundo digital la transformación sigue siendo analógica. Es una bella contradicción. Podríamos decir que las elecciones son pura filosofía. Es decir, la base de nuestro conocimiento y comportamiento democrático. Nos obliga a pensar. El resto del complejo participativo, en el que estarían las administraciones y los gobiernos, entre otros, serían más bien un compendio de disciplinas asimilables a las ciencias, las letras y la tecnología. La sociedad necesita esa filosofía, tanto como nuestros estudiantes en su formación troncal del bachillerato. El riesgo de nuestra sociedad es que las generaciones digitales perciban que el lenguaje analógico de los votos no va con ellos. La sustitución del mundo real por una sociedad virtual tiene esos riesgos. El año 2010, en mi primer libro, definía esta nueva especie de individuos como «redícolas». Son esas personas de nuestro planeta que interaccionan con el resto y con el entorno, casi exclusivamente, desde la «Red». La comunicación, la relación, la participación, la transformación, y hasta la propia revolución, se pueden hacer y se hacen desde una pantalla en casa. Error. Esa población ha ido creciendo frente a los terrícolas tradicionales. Es más, quienes nos hemos incorporado a la sociedad tecnológica con retraso vamos jadeando, tecnológicamente, incapaces de seguir a nuestros hijos y sus herramientas. Las cifras son muy significativas. Dentro de 50 años Facebook tendrá más miembros muertos que vivos. Así que el espacio digital se parecerá mucho a un purgatorio tecnológico en el que nuestras personalidades vagarán como bit en pena. Nuestra propia historia dejará de ser analógica. A cambio, las huellas que dejamos tienen posibilidades de perdurar más. Al fin y al cabo, nuestro sueño humano de eternidad estará al alcance del ratón. Es una realidad que analiza, con lucidez, el filósofo surcoreano Byung-Chul Han. Este autor señala que la temida sociedad que diseñaba Orwell en su novela 1984, era consciente de su propia dominación. Han sostiene, en cambio, que hoy ni siquiera somos conscientes de esto. Es una tesis demoledora que nos llega de la filosofía en palabras de uno de sus valores actuales.

Estas conclusiones que expone en sus publicaciones, Psicopolítica (Herder) es una de las más recientes y conocidas traducidas al castellano, son un toque de atención. Pero sobre todo, de reflexión. Tanto para analizar lo que pasa, como para cambiar esa tendencia. Lo que no es posible es transformar el mundo utilizando exclusivamente la tecnología. Ni la desigualdad, ni la injusticia, ni el cambio climático van a mejorar con nuestros gritos en las redes sociales. Sí podemos utilizar estos medios como un viento a favor para navegar en un mar crispado. Pero es imprescindible comenzar, en el océano de realidad, la travesía común para llegar a buen puerto. En la sociedad de los datos, «dataísmo» es la nueva religión que denuncia Byung, somos mucho más que números. En el momento que pasamos de la calidad a la cantidad, nos hacemos iguales, en el peor sentido social. Este pensamiento es pesimista y real. Frente al mismo tenemos otras opciones optimistas e igualmente reales. Que una idea esté bien construida no quiere decir que sea cierta. Sino que la teoría está elaborada correctamente. Lo importante es que la filosofía esté viva y nos haga pensar. Nuestra sociedad ha crecido con los datos. Pero hay una gran diferencia con que seamos sólo un dato, vivo o muerto. Lo seremos si claudicamos y si luchamos contra los datos como números y no como personas. Cada innovación ha supuesto temores y pérdidas que se han compensado con ganancias diferentes. La inteligencia artificial no es nuestra adversaria. Ni lo será. Ya lo advertía Isaac Asimov al enunciar los tres principios básicos de la robótica. En ellos constata unas leyes fundamentales que erradican, en la ciencia ficción al menos, el temor humano a los robots. Nuestro rival es el desconocimiento y la falta de una racionalidad escéptica.

Como resume, desde otro punto de vista, Joanna Bryson, investigadora de computación en la Universidad de Bath (Reino Unido), podemos crear algoritmos estúpidos, ambiciosos o destructivos como son muchas personas. Pero también podemos construirlos conforme a nuestra lógica racional en un sentido semejante. Eso nos permitirá seguir siendo revolucionarios. Puede que el debate filosófico entre lucha de clases y clases de lucha, sea un escenario más de la pugna entre lo digital y lo analógico. Lo importante es que los protagonistas y beneficiarios sean los mismos desfavorecidos. Para eso, redícolas y terrícolas debemos respirar la misma atmósfera en las urnas.

*Psicólogo y escritor