Con el cambio de fases ha llegado a nuestra vida el tiempo de los reencuentros. Quién nos lo iba a decir. Fases. Reencuentros. Hace apenas tres meses no podíamos ni imaginar que quedar con un amigo nos iba a parecer un acontecimiento. «Pero también/ la vida nos sujeta porque precisamente/ no es como la esperábamos», nos dice Gil de Biedma en un poema titulado «Noches del mes de junio» que tal vez escribió pensando en nosotros. Los poetas son así.

Sin embargo, esa curiosa mezcla de cambio y permanencia que somos todos, poetas incluidos, no es tan fácil de conmover. No al menos por mucho tiempo. Al tercer reencuentro la emoción se atempera y, quizá me equivoque, pero yo creo que si la normalidad vuelve a invadirnos olvidaremos pronto. Y nos cansaremos también de construir estas novedosas emociones. ¿Somos seres insensibles? No del todo: somos seres programados para continuar, condenados a seguir.

Nos gusta decir que cada uno es como es. Nos gusta decir muchas cosas. Pero ese «como es» lleva dentro al menos un racimo de maneras diferentes de serlo. «Nada resume a un hombre», decía Bourboune, ni siquiera sus ideas. Ni siquiera lo que pensamos de nosotros mismos agota lo que somos. Yo sé que puedo ser amable y brusca, alegre y triste, transparente y oscura. Charlatana, Callada. Serena. Nerviosa. Sé que todo es verdad y a la vez nada es definitivo, hay miles de matices que trabajan muy duro dentro del corazón y la cabeza para ajustar las cosas. Al final son los demás los que tocan alguna tecla mágica y disparan en ti algo que explota o florece o se acuna o... nada. Pero la prueba del algodón para saber con qué personas nos interesa realmente reencontrarnos es muy sencilla: son aquellas que te preguntan por educación «hola, ¿qué tal?» y tú te mueres de ganas de contárselo. H *Filóloga y escritora