El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, cuya continuidad en el cargo se decide hoy en el llamado referendo revocatorio, es el producto populista del sistema político infame y la suicida gestión económica que prevaleció durante más de 40 años y empobreció a un país potencialmente pujante.

Pero la demagogia del caudillo bolivariano, en vez de promover la reforma, ha provocado una tremenda polarización que amenaza con una fractura social irremediable.

Las rentas del petróleo, que en el anterior régimen alimentaron la corrupción y el clientelismo, han sido derrochadas por Chávez en equívocas misiones sociales que le aseguran la lealtad política de los desheredados y algunas peligrosas complicidades externas

La oposición heteróclita, sin líder y sin un programa creíble que no sea la vuelta al pasado, tampoco ha sabido levantar una alternativa.

Venezuela necesita más democracia, empezando por el respeto del resultado del referendo, menos retórica incendiaria y menos confrontación. No lo aportarán ni el caudillismo delirante ni el retorno a un sistema que arrebató toda esperanza a la inmensa mayoría.