Un hombre se levanta bostezando de la cama, camina lentamente hasta el baño y se planta delante del espejo. «Buenos días», saluda al tipo que lo mira, enfrente de él. Abre como un autómata el grifo del lavabo y echa agua sobre su cara somnolienta. «¿Hay sueño, eh?», le dice a su reflejo.

Ordena un poco sus cabellos alborotados, fijándose en su otro yo. «¿Sabes?», le dice, «tú y yo nos parecemos. Tú y yo somos uno». «No creo», opina el tipo del espejo, «Tú y yo nos parecemos pero somos dos». «¿Dos? Vamos, hombre», sonríe el hombre, «Yo no soy yo, yo soy tú», dice señalándolo. «¿Yo? Ya quisieras», dice el otro riendo, «Ya quisieras ser como yo». «Soy como tú. Y tú eres como yo», replica el hombre, molesto. «Sí, pero yo estoy en un lado y tú en otro. Eso nos hace diferentes.

Tú vives en un mundo cerrado y yo vivo en un mundo abierto. Abierto a todo. Abierto a todos los mundos posibles. Yo he estado en lugares que tú sólo has conseguido rozar, y eso en sueños... Bueno, tengo que venir corriendo a tu mundo, eso sí, cuando entras en el baño, pero, en cuanto te vas, vuelo a universos maravillosos, increíbles, que tú seguramente nunca verás».

El hombre escucha perplejo a su reflejo. A su burlón reflejo. Resoplando, da media vuelta y sale aturdido del baño, comprendiendo, como todos llegamos a comprender tarde o temprano, reflexionando sobre el reflejo, que no hay que mirarse demasiado en los espejos.

Uno es más feliz sin mirarse tanto en ellos, desde luego. Que se lo digan si no al taxista Travis Bickle: «¿Me estás hablando a mí? ¿Me estás hablando a mí?» Esa mítica frase de Taxi driver no estaba en el guión. Se cuenta que la improvisó el actor Robert De Niro. ¿O fue su reflejo? .

*Escritor y cuentacuentos