Escuchaba la otra noche en TVE al alto comisionado para la marca España, Carlos Espinosa de los Monteros --a quien el presentador llamaba muy respetuosamente don Carlos--, hablando de la difusión y el prestigio de nuestro país en el mundo.

Según Espinosa de los Monteros, ---perdón, don Carlos--, hay solo en el mundo tres países en los que España no es especialmente querida.

«El primero es Venezuela, por razones coyunturales y obvias. El segundo, donde también sufrimos una campaña en permanente contra, es Bolivia. Y el tercero... el tercero es España».

Una vez emitido tan asombroso aserto, y obtenido de los tertulianos la correspondiente y sorpresiva reacción, Espinosa se puso a defender que el español es el más crítico con su país. Que somos nuestros peores enemigos (junto con bolivianos y venezolanos). Que, mientras el inglés, el francés, el italiano, vienen a visitarnos encantados con nuestros atractivos, nosotros ni siquiera reparamos en ellos, negándonos, ya no a apreciar o a ponderar, sino a ver, a contemplar nuestras realidades y ventajas.

Lo siento por el alto comisionado, pero no puedo estar más en desacuerdo.

Lo estoy porque no conozco un solo español que diga qué feos son estos paisajes, qué horribles son nuestras iglesias, qué aburridos nuestros museos, qué sucias nuestras costas, qué asquerosa nuestra comida o qué ridícula es nuestra manera de hablar, bailar o comportarse en familia. En cambio, todos dicen: qué mala es nuestra clase dirigente.

Discrepo asimismo en la manera en que Espinosa está gestionando la marca España.

Un reclamo que, con los resultados en la mano, solo beneficia a las grandes empresas y corporaciones que en el mundo hispano son, y que tienen intereses en numerosos países. Petroleras, gasísticas, entidades bancarias y financieras... para ellos, la marca abre puertas.

No tanto, amigo don Carlos, para la cultura.

En este capítulo, programas serios, más allá de exportar grupitos folclóricos, no hay apenas. En la cultura viva, entre las comunidades de artistas, escritores, músicos, la marca es tan desconocida como una nueva promesa de El Dorado.

Y del Cervantes, mejor no hablemos los que hablamos bien de España.