Afirman los psicólogos que el premio refuerza los comportamientos cuya consolidación se desea: así, mediante una distribución coherente y adecuada de premios y castigos modelamos la conducta, fijando las prácticas positivas o eliminando las indeseables. Junio es tiempo de exámenes, de Selectividad; tras las pruebas, llegarán los resultados y, con ellos, una recompensa en función del rendimiento académico o, aún con mayor justicia, del esfuerzo desarrollado durante el curso, pues el éxito no siempre acompaña a los merecimientos. Sin embargo, es mucho menos frecuente la preocupación de padres y educadores por premiar aquellos hábitos que antaño se calificaban de respeto y buena educación y que hoy podríamos denominar como comportamiento solidario: socorrer a un anciano, guiar a un invidente, informar a un desorientado o ayudar a una joven mamá a subir las escaleras con su cochecito... Pautas que ya no están de moda. ¿Y si instauramos el premio a la convivencia, como principio de armonía en nuestra sociedad? Hablar de paz y de guerras lejanas es fácil, pero, aquí y ahora, podemos hacer ya algo... por los más cercanos. *Escritora