Como de natural somos bien pensados, a nuestros representantes cabe atribuirles la mejor intención cuando se les llena la boca hablando de una, de repente, necesaria regeneración política. Si a tal condición le sumamos la de ingenuos, podemos quitarle hierro a la, seguro, casual coincidencia entre este súbito interés redentor y la proximidad de las elecciones. El caso es que tan loable espíritu barre todo el espectro político. Esta suerte de propósito de enmienda goza de mayor predicamento, eso sí, en aquellos partidos que históricamente han ejercido el poder. Lógico. Ninguno se libra del desapego ciudadano del que son víctimas unos y otros, especialmente si en sus filas se han dado situaciones --llamémoslas así-- de mala praxis pública. De ahí las numerosas alusiones que a la manida regeneración se produjeron en el último debate de la comunidad. Siguiendo la estrategia marcada en el PP por Mariano Rajoy, Luisa Fernanda Rudi apostó incluso por traducirla en propuestas concretas, dotando así de alguna emoción a esa tediosa y previsible cita en la que se ha convertido el que debería ser evento parlamentario del año. Pero más allá de las plausibles medidas sugeridas por la presidenta aragonesa, desde esa bisoñez que nos sigue asistiendo aún a muchos, también procede pedirles a nuestros cargos electos un poco más de audacia. Podrían empezar, por ejemplo, por preguntarnos a los votantes qué entendemos por regeneración política. Quizá descubrieran que su definición se queda clamorosamente corta.Periodista