Todos hablan de regeneración democrática. Lo hace la presidenta del Gobierno aragonés, Luisa Fernanda Rudi, o el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez... y por supuesto el presidente del Gobierno central y del PP, Mariano Rajoy. Regeneración es un concepto en boga, porque a nadie se le oculta que la opinión pública está harta, saturada, indignada y asustada ante la ineficacia institucional y la corrupción ética y estética que, en general, reina en la política. Sumemos a ello los demoledores efectos de una crisis que ha estabilizado el empobrecimiento general y la desigualdad, sin que se vea salida alguna a medio plazo, por mucho que el Ejecutivo español y el PP aseguren que sí. Regenerar un ecosistema político tan maltrecho como el español no es tanto cuestión de palabras como de hechos. Escandalizada por los EREs andaluces, los tejemanejes de Bárcenas y la red Gürtel o el obvio saqueo llevado a cabo por Pujol y su familia, la ciudadanía no se va a conformar con rimbombantes anuncios, algunos de los cuales esconden trucos electorales inaceptables. La regeneración ha de ser una refundación en toda regla. O no será.