En el año 1978 los españoles aprobaron la Constitución, que al parecer de algunos (por cierto muchos de esos conversos y fervorosos defensores o votaron en contra o se abstuvieron entonces) debe ser inamovible y eterna, cual nuevo Código de Hammurabi. No importa que de los españoles actuales solo la pudieron votar los que ahora tienen más de 63 años, ni que sigan vigentes artículos discriminatorios, como que solo pueda ser Jefe del Estado un miembro de la familia Borbón, ni que los hombres tengan prevalencia sobre las mujeres en la Jefatura del Estado, o que, cuando se ponen de acuerdo los de la casta, se permitan cambiar algún artículo de la «sacrosanta» Constitución en una tarde tras una conversación del presidente del Gobierno con el líder de la oposición, como hicieron José Luis Rodríguez Zapatero y M. Rajoy, pasándose por el arco del triunfo la voluntad popular, la soberanía del pueblo y todas esas mandangas retóricas. Porque a la casta, el espíritu de la Constitución, e incluso la propia letra impresa, se la trae al pairo.

Tras superar el franquismo, del que todavía quedan rescoldos (en la Judicatura, en el Ejército, en la Administración del Estado, en la Jefatura del Estado, en la Universidad, etc.), se ha asentado en España un sistema de casta del que parece imposible librarse, al menos a corto y medio plazo.

De que esto sea así, se han encargado todos los partidos políticos. PP (antes llamado AP), PSOE y los partidos nacionalistas panvasquistas y pancatalanistas crearon un régimen «partitocrático» con aparatos blindados en torno al poder autocrático de los jefes de turno y la connivencia de unos medios de comunicación mediatizados por el poder (y no solo el político) hasta extremos indecentes.

Hace unos años aparecieron varios partidos que anunciaron «la regeneración democrática», pero en apenas un lustro se han convertido en unas piezas más de este régimen viciado, mientras los viejos partidos introdujeron el sistema de primarias para disimular (ya ven en qué broma ha derivado).

El sistema de funcionamiento de la casta es sencillo, pero tremendamente eficaz. Consiste en controlar con un grupo de acólitos a los escasos afiliados o inscritos, otorgarles mamandurrias para que se mantengan fieles, y listo. Es práctica general en todas las organizaciones, pero baste como ejemplo que el actual secretario general de Podemos fue elegido en las últimas elecciones internas con el 92,2% de los votos, eso sí, solo votaron el 10,8% de los inscritos. Todo muy raro, ¿no?