La constatación de que Endesa dispone de suficiente carbón en estoc hasta mediados de 2020, cuando está previsto el cierre de la térmica de Andorra, ha generado otro golpe laboral y social en las cuencas mineras al anunciar Samca que, como consecuencia, cierra sus minas de Ariño y Foz-Calanda. Un final repentino que acrecienta la desazón de la zona y suma empleos perdidos --aunque la compañía trata de encontrar recolocaciones en sus líneas de actividad-, a un futuro que ya de por sí se muestra muy incierto. Los alcaldes de la zona, movilizados ante el horizonte que se avecina en los próximos años, temen la deriva hacia la despoblación como una de las consecuencias inevitables del fin de la economía del carbón. El desierto demográfico empieza a ser ya una imagen a la que los ediles recurren en todas sus declaraciones. Y ante las Cortes reclaman con vehemencia un plan urgente de reindustrialización que frene en gran medida la caída de empleos y la falta de alternativas para compensarlos. Hablan hasta de una reconversión. Durante años se invirtieron --no siempre acertadamente--- cientos de millones en la zona, pero su orientación no parece haber logrado un entramado económico capaz de coger el testigo de la decandencia del mineral, que se sabía con fecha de caducidad. Ahora, con prisas, hay que buscar soluciones que al menos minimicen las nefastas consecuencias sobre las gentes de las zonas afectadas.