Hace algo más de dos años recibí un mensaje en el teléfono móvil del actor Antonio de la Torre. Acababa de estrenarse Tarde para la ira, la maravillosa primera película de Raúl Arévalo como director y con De la Torre como protagonista. El éxito fue brutal. Pero él ya estaba en otra batalla la tarde que envió el mensaje. Estaba obsesionado en sacar adelante otro proyecto con el director Rodrigo Sorogoyen: la primera gran película sobre la corrupción de nuestro país. De la Torre me envió la primera versión del guion que estaba elaborando Isabel Peña, una profesional del sector que a pesar de su juventud ya ha recibido varios premios por trabajos previos.

Durante meses y meses Sorogoyen, Peña y De la Torre trabajaron en ese guion reuniéndose con decenas de personas que les ayudaron a dar veracidad y consistencia al retrato contemporáneo de la actualidad de los últimos años. El resultado de ese impresionante trabajo de documentación se puede ver desde ayer en los cines de toda España.

Pocas licencias poéticas en una cinta en la que sí van a poder encontrar cientos de referencias a la vida real. Cuenta Sorogoyen que han tenido que autolimitarse en la selección porque algunas escenas casi podrían parecer una exageración. Seguramente les habrían acusado de giro de guion forzado el hecho de haber encarcelado a un político por corrupción en la misma prisión que él mismo había inaugurado años antes. No aparece en la película por pudor de sus creadores. Pero eso ocurrió en la vida real: ¿recuerdan a Francisco Granados?

El otro gran reto era que el tema central, la corrupción, quedara desfasado y hubiera dejado de ser una preocupación para los ciudadanos. Cosa que como saben no ha ocurrido. La idea de Sorogoyen era desde el principio mostrar la impunidad de los corruptos, su caída cuando sucede y la perpetuación de un sistema que va más allá de siglas y apellidos: «Los reyes caen, los reinos permanecen». Pero también pretende poner frente al espejo las contradicciones del ser humano que se autoengaña normalizando el robo de dinero público y que en el fondo solo pretende sobrevivir a los demás compañeros de partido en una lucha de poder encarnizada.

En el espectacular casting encontramos, entre otros, a la fascinante Barbara Lennie, que interpreta a una periodista, a Ana Wagner, que, según el director, pretendía ser una mezcla de Esperanza Aguirre y Susana Díaz pero le ha salido brillantemente algo parecido a Cospedal. Y qué decir del gran jefe del partido, intrerpretado por el sublime Josep Maria Pou.

Si pueden vayan al cine. Estarán viendo un informativo cruento, real y necesario durante dos horas. Un sano ejercicio que nos hace mejor como país dispuesto a mostrar nuestras vergüenzas en pantalla grande. Quizá para no repetirlas.

*Periodista