Hace ya más de un año que me llegó la edad de la jubilación, aunque seguí con la matraca porque el periodismo es mi vida, mi manera de estar en el mundo. Tampoco quería perderme las campañas electorales y el primer análisis de sus resultados. Pero existen diversas circunstancias (ninguna ajena a mi voluntad, conste) que me llevan a emprender una relativa retirada y a cerrar esta ventana, El Independiente, a la que me he asomado durante 18 años.

Sumando columnas, crónicas y algunos editoriales calculo que habré dejado en las páginas de EL PERIÓDICO casi seis mil artículos. Ha llegado para mí la hora de dar un pasito atrás y reinventarme. Porque, eso sí, esto de escribir en formatos analógicos o digitales no lo dejo del todo. No puedo dejarlo.

Llegué a este diario como a una especie de exilio. Pero aquí me he sentido en mi casa, he podido expresarme sin cortapisas, he trabajado junto a compañeras y compañeros magníficos y sobre todo he seguido pegado a Aragón y a Zaragoza en una larga etapa donde, simultáneamente, mis circunstancias personales me han deparado penas tremendas y alegrías maravillosas. Venir a esta redacción todas las tardes ha atenuado las primeras y ha exaltado las segundas. Soy de esos periodistas que se aferran a los conceptos clásicos del oficio y que estarían en esta profesión incluso gratis y la ejercerían en mil reencarnaciones.

Por eso no les digo adiós, sino hasta luego. Después del verano regresaré a estas páginas, quizás con alguna colaboración semanal. Mientras, descansaré (amaré, leeré, viajaré y me daré a la buena vida) y aprovecharé para desarrollar un par de proyectos que llevo en la cabeza.

Por encima de todas las cosas estoy agradecido a los lectores que año tras año han venido a esta cita diaria para enterarse, regocijarse o cabrearse. Su atención, sus comentarios y observaciones han sido el mejor acicate, y más en estos momentos de intensa crisis del periodismo, cuando el futuro de la información se presenta oscuro e incierto. Ahora me voy... Pero volveré.