La aplicación del artículo 155 de la Constitución a la autonomía catalana no supone, desde mi punto de vista, la menor agresión a dicha comunidad, sino una vía para restituir el marco de la ley y la convivencia pacífica en un territorio desdichadamente asolado por la intolerancia y vulneración de las más elementales normas democráticas.

Carles Puigdemont no es ningún héroe, sino un político sedicioso y tortuoso que ha venido sembrando el odio contra el resto del país, pretendiendo, sin haberse presentado él a ninguna elección autonómica, desgajar Cataluña de España, convertirla en una república populista y presidirla. Los Jordis, Sànchez y Cuixart, que el independentismo pretende presentar como émulos de Ghandi en la lucha pacifista contra la colonia invasora, son, en realidad, una pareja de agitadores profesionales armados de una ideología repulsiva, la del nacionalismo pancatalanista, excluyente y sectario. Y tampoco son nada pacíficos, como pudo verse en el asedio a los representantes del poder judicial en la consellería de Economía.

Junqueras, Tardá, Rufián y demás dirigentes de Esquerra Republicana comparten con el PDECat y la CUP una misma conspiración.