No sé si es o no necesario un relator en el asunto de las negociaciones del gobierno de las Españas con el gobierno catalán. No sé si esa figura es constitucional, ni me importa: tampoco lo es robar la pasta a los ciudadanos y ahí tienen al PP. Felipe González, más atento ahora a sus consejos de administración, a sus puros, a sus barcos y a su novia, dice que esa figura no es necesaria. Bueno, es su opinión, algo desprestigiada, todo hay que decirlo. Otro histórico del socialismo patrio, Alfonso Guerra, nos compara con países como Yemen del Sur y Burkina Faso. Puede que ambos territorios se molesten por la comparación, pero al señor Guerra tampoco hay que hacerle mucho caso, pues no le parecen mal las dictaduras que mantienen a flote la economía. Y siguiendo la estela de ambos próceres, algunas baronías del PSOE también se han rebotado con Pedro Sánchez por la cosa del relator, la negociación y otras vainas. Es lo que se llama visión de futuro: arremeter contra el único candidato que puede hacer volver al partido a la Moncloa para cuatro años. Ellos verán.

Dicho lo cual, sí que soy consciente de una cosa: importándome un pimiento el asunto catalán (ellos sabrán por qué quieren ser independientes y cómo), parece claro que el único camino, dado el empeño independentista, es negociar, que es lo que propone el actual presidente del Gobierno y lo que saca de quicio a la derecha, tan amante del famoso 155. O sea, que en esas estamos. Es decir: estamos en que a raíz de la mandanga del relator la derecha extrema (toda ella, vamos) ha encontrado un bonito argumento para sacudirle a Sánchez. Ya saben aquello de a río revuelto…

El PP con su centauro Pablo Casado a la cabeza, que llama okupa a Sánchez demostrando que no se ha leído la Constitución, además de un bocas es un buen perro guardián de las esencias corruptas de su partido: el relator le está sirviendo para que no se hable de las chapuzas de la exlideresa en la Comunidad de Madrid y de que Rajoy financió las elecciones de 2011 con facturas falsas, y para entrar en el granero de Vox, donde parece que hay trigo fresco. Eso, si no le da por autoproclamarse presidente de las Españas, al modo venezolano, que también puede ser.

Por otro lado, el rayado Rivera, sabedor de que se ha quedado entre PP y Vox como una rodaja de chorizo arrugada, se apunta a un bombardeo para arañar unos votos. Cataluña le importa un carajo y lo que quiere es poner su culo en la Moncloa. Justa aspiración, si no fuera porque su partido hace distinciones torticeras sobre la forma de conseguir gobernar. Si lo del PP es vergonzoso, lo de Ciudadanos es patético. Y solo queda Vox, el amante al que nadie quiere, pero al que todos recurren (todos los de la derecha, vaya). Por eso gobiernan con él en Andalucía (se va a encargar, en el colmo del sarcasmo, de la Memoria Histórica) y con él han ido del brazo a la rave antiSánchez de la plaza de Colón.

¿Y Sánchez? Bueno, mi defensa del presidente solo responde al sentido común, pues no soy uno de sus votantes (tampoco, del resto de partidos). No estoy con él en lo de reconocer presidentes autoproclamados, ni en un montón de cosas más. Pero cuando menos quiere hablar. Con figuras difusas como la del relator o como sea. Hablar, que para la derecha extrema, es claudicar, traicionar y esas mierdas. ¡Guau! Hablar, para Casado, Rivera y Abascal es aplicar el 155; hablar son los sobres de pasta, las empresas fantasma, el trinque sin contemplaciones, parir para pagar las pensiones y que los fusilados sigan en las cunetas. Todo eso, disfrazado de unidad de España.

A mí, que la patria no me dice gran cosa, me gustaría que España siguiera territorialmente como está, pero no todo el mundo tiene que compartir esa opinión. Y parece que la única vía de unificar criterios, si eso es posible, es el diálogo (o un cambio constitucional, claro). Pero a la derecha extrema y las baronías socialistas no les gusta el diálogo: prefieren el palo y la confrontación.

¿Y los indepes? Bueno, da la impresión de que les gustaría que en la Moncloa hubiera un inquilino de extrema derecha para argumentar su victimismo con mayores motivos. Ya veremos qué pasa cuando un presidente de esos alérgicos al diálogo envíe el Ejército a Cataluña en vez de un barco cargado de piolines. En fin, que esta película tiene mala pinta, muy mala. Tra, tra.