Llámalo X. Relator, mediador, facilitador… Qué más da cómo se denomine esa figura que acaban de inventarse para incorporar a esa mesa de partidos que debiera buscar una solución al problema catalán. Resulta patético escuchar a diversos pseudo expertos, analistas, políticos de pedigrí discutir sobre la idoneidad de dicha encomienda y el nombre elegido para tal menester. Bastante confusión hay sobre el diálogo con Cataluña, en el que se están vinculando de forma improcedente las demandas del Gobierno catalán a la aprobación de los Presupuestos del Estado. Lamentable escenario. Una vez más, circo mediático, en el que las voces exaltadas de la oposición, con un esperpéntico Pablo Casado a la cabeza, hace que España parezca un país de títeres y cachiporras. La apuesta por el diálogo, por muchas críticas que pueda recibir nuestro querido presidente Sánchez, es acertada, pero lo que es infumable es la aceptación de las condiciones que ERC pretende imponer al Ejecutivo central: que cambie de posición sobre los delitos de los políticos independentistas es inviable, pues «el Gobierno no puede interferir en el funcionamiento de la Justicia», y además, como asegura Felipe González, «discutir sobre el derecho de autodeterminación para Cataluña, que no existe en el Derecho europeo», representaría ir contra la norma y terminar con los «derechos de todos los españoles». Es de necesidad imperiosa acotar muy bien el perímetro del diálogo, por un lado, y dejar de crispar más los ánimos con insultos innecesarios, inmaduros, irrespetuosos y faltos de caché.

*Periodista y profesora de universidad