Es comprensible el hartazgo sobre el problema de Cataluña, pero mientras persista en toda su intensidad condiciona el resto de la política española. Nos guste o no. ¿Por qué se repitieron las elecciones el 26-J? Y ha sido la referencia a un posible relator sobre todo, lo que ha puesto fin al Gobierno de Pedro Sánchez. Relator es un simple eufemismo, para evitar el nombre de mediador, que produce auténtico «pavor» a la derecha, aunque también a algunos barones del PSOE. Un mediador es una persona de prestigio, aceptada por ambas partes en un conflicto y con capacidad para el diálogo, para facilitar una conversación que hoy parece imposible. Mas, el diálogo transforma, desarma y humaniza. Y si la política es diálogo, la política democrática es un diálogo reforzado.

Hay un artículo en Noticias de Gipuzkua del 24 de febrero titulado El mediador estaba en Navarra. Era el catedrático de Filosofía Política y Social Daniel Innenarity. Para Podemos y el PSOE, así como en sectores soberanistas de Cataluña era la persona idónea. No es algo nuevo ni desconocido. En diciembre pasado Innerarity fue invitado a la cárcel de Lledoners por Junqueras y Romeva, con quienes mantuvo una larga conversación acerca del conflicto catalán, encuentro que los presos dieron a conocer en las redes y calificaron como muy fructífero.

Innerarity organizó en noviembre pasado un encuentro discreto en el Instituto Europeo de Florencia (donde es profesor visitante) sobre el futuro de Cataluña, en el que reunió a intelectuales de diverso signo y a algunos políticos, donde se pudo constatar la dificultad de encontrar un acuerdo y la necesidad de subir el nivel de la discusión alejándose de la trepidante actualidad mediática y el cortoplacismo de los agentes políticos. En aquel seminario, se acreditó como un mediador conocedor de la problemática y reconocido por todas las partes. No era sorprendente ni novedoso que a la hora de pensar en esta tarea de mediación las miradas se hayan dirigido hacia el mundo del nacionalismo vasco. Como lo ha hecho Urkullu. Algo que debería ser reconocido por la sociedad española.

Que Innenarity era la persona ideal podemos constatarlo en su visión sobre el problema de Cataluña, reflejada en su artículo: ¿Qué hacemos con las naciones? Lo he leído varias veces y lo he reflexionado en profundidad. Expondré sus ideas fundamentales, con las que me identifico plenamente. Y lo hago porque muestra una salida razonable a este interminable túnel.

Los conflictos se hacen irresolubles si se definen de manera tosca y simplificada; si los problemas políticos se reducen a cuestiones de legalidad u orden público, cuando aparece una idea de legalidad que invita a la intervención judicial, si se enfrenta un «nosotros» contra «ellos», todo está perdido.

Admitiendo que no tiene la solución al problema territorial de España, reconoce como inevitable un punto de partida; eso de las naciones es un auténtico dilema y que no tiene solución lógica sino pragmática; es decir, una síntesis pactada para favorecer la convivencia, ya que si la alternativa es imponerse el uno al otro, el conflicto sigue. La única salida democrática es el pacto. Aceptada esta posibilidad, nos salimos del esquema que ha sido dominante y que aspiraba a la victoria de unos sobre otros. Al insistir en el acuerdo frente a la victoria de unos sobre otros, modificamos radicalmente el campo de batalla. Porque entonces la confrontación ya no es el de unos nacionalistas contra otros, sino el de quienes quieren soluciones pactadas frente a quienes prefieren la imposición. Cambiemos la orientación y modificaremos los términos del problema: ahora se trataría de elegir no entre una nación u otra sino entre el encuentro o la confrontación, que de ambas hay partidarios en uno y otro bando. Desde esta perspectiva ya no encontraremos a la gente polarizada en torno a sus identidades, sino preocupada por la convivencia entre quienes tampoco quieren renunciar a las diferencias. Las naciones son una realidad persistente. Tan absurdo es ignorarlas, como jugarse la convivencia a una exigua mayoría o a una imposición. Cuando en un mismo territorio conviven sentimientos de identificación nacional distintos, el problema no es el de quién conseguirá al final la mayoría, sino como garantizar la convivencia, para lo cual el criterio mayoritario es poco útil. Y esto requiere el pacto, aunque parezca improbable. Admite que para una futura solución haya un cauce para una hipotética secesión, pero en la situación prácticamente de empate en cuanto a los sentimientos de identificación nacional, sería preferible pactar algo que pueda concitar mayor adhesión.

Hoy hay quienes afirman que esto no es posible, aunque tampoco ofrecen nada alternativo con mayores condiciones de posibilidad. Son aquellos que prefieren la victoria e incluso la derrota, siempre mejores que un acuerdo, que no deja satisfecho plenamente a nadie. Conviene pactar cuando de lo que se trata es de las condiciones que afectan a cuestiones básicas de nuestra convivencia política -en las que confiarlo todo a la ley de la mayoría equivale a una forma de imposición- y cuando los números de quienes defienden una u otra posición no son ni abrumadores ni despreciables. En estos casos, contentarse con una victoria cuando se podría alcanzar un pacto demuestra muy poca ambición política.

*Profesor de instituto