De joven lee mucho; en la madurez, lo bastante; de viejo, poco. Cuando los años pasan, aprovecha más rumiar lecturas pasadas, reflexionándolas, analizándolas y contrapesándolas. Labor entretenida y provechosa. Lo voy hacer hoy. Rumiar algunas lecturas de libros de Norberto Bobbio: Igualdad y Libertad; El futuro de la democracia; Liberalismo y democracia; Derecha e Izquierda…

Bobbio nos ayudó a comprender el liberalismo y la democracia, y sus relaciones, no siempre armónicas. El liberalismo surgió con la intención de contener y limitar al Estado. Reivindicó unas garantías individuales que las instituciones estatales no debían invadir para no degradar la vida en sociedad. Las libertades de pensamiento, de expresión y religiosa son claves en una sociedad digna. Mas, la democracia va más lejos: además de sujetar al Estado y crear zonas de autonomía individual, incorpora a la ciudadanía a los asuntos públicos: los derechos de asociación, de sufragio, de participación en la «cosa pública», son la consecuencia de la promesa de la democracia. La soberanía popular exige participar en los asuntos públicos.

Pero, fue más allá. Intentó fundir la tradición liberal-democrática con la socialista. Hay que fortalecer las libertades; hay que apuntalar la democracia; mas para que esta sea firme es imprescindible una sociedad medianamente cohesionada e igualitaria. Insistió en la necesidad de un socialismo liberal o de un liberalismo social. Lo cual no es un oxímoron. Los dos grandes valores de la modernidad -la igualdad y la libertad- han sido reivindicados por el socialismo y el liberalismo, respectivamente. Pero, optar por uno solo es suicida. Intentar construir la igualdad social sin libertades ha creado auténticos infiernos: regímenes totalitarios. En el otro extremo, la libertad sin control, la libertad del coyote para comerse a las gallinas (como diría Isaiah Berlin), el solo despliegue del mercado para el acceso a bienes básicos como la salud, educación, el trabajo, el medio ambiente sano, como defiende el neoliberalismo, produce sociedades polarizadas, generadoras de exclusión. Por ello, su pretensión de fundir las dos tradiciones: la liberal y la socialista. Ya que ambas necesitan para «humanizarse», para estar a la altura de la compleja vida contemporánea, una fuerte inyección de los valores de su contraria. Un claro referente de esta aspiración fue Fernando de los Ríos, que trató de fusionar lo mejor de nuestra historia: el liberalismo de Giner de los Ríos y el socialismo de Pablo Iglesias para modernizar, europeizar España e integrar a la clase trabajadora en la vida nacional.

Reformista

Bobbio además fue un reformista, no un revolucionario. En democracia es posible transformar, con participación, «las cosas». Entendió que el expediente de la violencia nunca era intrascendente, que para el cambio podía incluso ser efectiva, pero que siempre dejaba una secuela no fácil, después, de desechar. Porque la violencia tiene su propia dinámica. Primero se usa contra los «enemigos», luego contra los antiguos aliados. Las revoluciones acaban devorando a sus propios hijos. Ejemplos: la Revolución francesa, la soviética, la china, en las que viejos aliados acabaron combatiéndose a muerte. Pero además, porque lo contrario al ideal democrático es la violencia. En democracia las elecciones sirven para el cambio de gobierno sin derramamientos de sangre -como lo apuntaba Karl R. Popper- y esa función estratégica se sigue cumpliendo, lo cual no es poca cosa. Si la política es y debe ser la antítesis de la violencia, ese recuerdo siempre será pertinente. Si los regímenes autoritarios requieren marginar, perseguir y/o acabar con sus oponentes (que son la expresión del Mal), la democracia asume que en la diversidad de expresiones políticas e ideológicas radica la riqueza de las sociedades, y que extirparla es una apuesta suicida. En democracia se intenta ofrecer un cauce para la expresión, convivencia y competencia de la diversidad política, para intentar congelar a la violencia políticamente. Además, gracias a la libertad de expresión, la democracia es particularmente eficaz para detectar las injusticias.

Pero la democracia no es una estación terminal, un espacio armónico y sin conflictos. Pensar así era ingenuidad. Nada garantiza la eternidad de nuestras democracias. Pueden desgastarse, degradarse e incluso sustituirse por regímenes autoritarios. Conviene no olvidarlo. Y dijo muy claro: la pobreza y la desigualdad es un piso muy frágil para edificar democracias fuertes. Si queremos mantenerlas y robustecerlas estamos obligados a revertir la inmensa desigualdad de nuestras sociedades. Palabras hoy vigentes. Lo constata Oxfam en su trabajo de enero del 2021 El virus de la desigualdad. Cómo recomponer un mundo devastado por el coronavirus a través de una economía equitativa, justa y sostenible. La riqueza de los milmillonarios ha crecido 3,9 billones de dólares entre marzo y diciembre del 2020. La de Elon Musk en 128. 900 millones y la de Jeff Bezos en 78. 200. Algunas de las mayores empresas reparten miles de millones de dólares de beneficios entre sus accionistas ¿Cómo corregir esta situación? Lo señala el título del trabajo de Oxfam. Ahí tiene que intervenir la política. Si no lo hace, los enemigos de la democracia están al aguardo. Y no son pocos. Por ello, nuestros políticos deberían releer a Bobbio.