La rocambolesca historia de los ciento sesenta militares españoles que tuvieron que deambular por el aeropuerto de Zaragoza a la espera de que los responsables del Ministerio de Defensa considerasen que se daban las circunstancias políticas convenientes para autorizar su partida me parece todo un símbolo de nuestro lamentable papel en esta lamentable guerra.

Nada puede imaginarse más anticastrense que los cambios de horarios, de aviones, los traslados en autobús, o las tensiones, desinformaciones y contradicciones que debió soportar el contingente militar con destino a la base iraquí de Diwaniya, y que se repitieron ayer, en el viaje de vuelta de las tropas relevadas. Un ejército expuesto a estos albures, a estos cambios de retreta, con mandos que obedecen órdenes absurdas, es un ejército raro, secundario y tierno, que no sirve para la guerra.

Nadie, a excepción del presidente en funciones, José María Aznar, sabe qué diablos hacemos a estas alturas patrullando las ciudades iraquíes. Qué diablos hacen nuestros servicios de Inteligencia en el ex-país de Sadam. Nadie sabe, porque no se ven, qué enormes ventajas y beneficios -Jeff Bush dixit- hemos obtenido a partir de la foto de las Azores. Nadie entiende por qué la CIA, que de tan determinante manera nos iba a ayudar para acabar con la lacra del terrorismo, no tuvo la menor sospecha, la menor información, sobre los atentados que se preparaban en Madrid, que han sido de los peores en la historia reciente del mundo. Nadie sabe, en fin, por qué o para qué hacemos la guerra y, por lo que poco a poco va aflorando, los soldados y sus mandos tampoco.

Sin comerlo ni beberlo, España se ha metido en la ratonera de Oriente Medio, en la que es relativamente fácil entrar, pero de la que es muy difícil salir. Un multiconflicto de raíces tribales en el que no se nos había perdido nada -y menos, teniendo en cuenta nuestra tradicionales buenas relaciones con el mundo árabe-, ni al que nada o casi nada podemos aportar.

Aznar, es cierto, ha contribuido a la caída de Sadam, pero la pacificación de Irak es todavía un horizonte utópico. Mientras un nuevo régimen allí se instala bajo la supervisión de Bush, los israelíes -¿aliados nuestros?- han practicado hasta la extenuación el terrorismo de Estado, el asesinato selectivo y la matanza indiscriminada de seres humanos que no comulgan con las ideas del pueblo elegido.

La participación de España en el eje de las Azores ha producido, como consecuencia directa, la declaración de guerra santa por parte del integrismo islámico, cuyo primer y sangriento golpe, el pasado 11-M, nos ha estremecido hasta la raíz. España invadió un país, y en consecuencia fue atacada. Y nadie nos puede garantizar ahora que los fanáticos guerrilleros de Bin Laden, capaces de infiltrarse en el mundo occidental, y de morir por su credo, no vayan a intentarlo de nuevo.

Rodríguez Zapatero ha anunciado la retirada de Irak. Tal vez, militarmente hablando, no sea lo más honroso, pero es lo que el pueblo español quiere y exige. Democráticamente, esa retirada será una vitcoria.

*Escritor y periodista