En cierto sentido, la polémica desatada hace pocas semanas a partir de las palabras pronunciadas por la presidenta del Círculo de Empresarios, Mónica Oriol, en el transcurso de una mesa redonda tuvo mucho de eso que los curas preconciliares gustaban de denominar "escándalo farisaico. Por más que luego la protagonista del episodio echara mano del consabido recurso de excusarse diciendo que había sido mal interpretada (costumbre muy arraigada entre nosotros cuando un personaje público constata que su metedura de pata está alcanzando una peligrosa repercusión pública), lo cierto es que sus palabras estaban por completo cargadas de lógica. O, si prefieren decirlo con otros términos, dichas palabras pueden ser juzgadas de muy diferentes maneras, pero en ningún caso como contradictorias.

En efecto, lo planteado en su intervención no era tanto una valoración del lugar que ocupa la mujer en la esfera del trabajo o una consideración general acerca de hacia dónde debería evolucionar el actual estado de cosas como una descripción de la situación, especialmente desde el punto de vista de los empresarios ("prefiero una mujer de más de 45 o de menos de 25, porque, como se quede embarazada, nos encontramos con el problema", fue la frase de la discordia). Conviene recordar esto para no responder a planteamientos como los expuestos por esta señora con una exhortación, por más bienintencionada que sea, a la paciencia ("el progreso es largo y lento", pudo leerse los pasados días en algún editorial) o con una genérica exhortación, de muy dudosa efectividad práctica inmediata, a un cambio de mentalidad (el consabido "la conciliación es cosa de todos" que también gustan de repetir muchos).

Pero si el estatuto de aquellas polémicas palabras es meramente descriptivo, como se acaba de indicar, la pregunta obligada entonces a continuación es: ¿dan ellas cuenta correctamente de la realidad? El embarazo de una trabajadora o, más en general, su condición de madre ¿es cierto que genera de forma casi automática los problemas que tanto parecen preocupar a muchos empresarios?

Hay que decir que no siempre el interés empresarial parece chocar de manera frontal con el del trabajador. Probablemente constituya una ilustrativa expresión de esa aparente coincidencia de intereses la reivindicación del reparto de las tareas domésticas en el seno de las parejas asumida por aquellos empresarios que, por razón de la actividad a la que se dedican, se ven obligados a tener muchas mujeres en su plantilla. Para ellos, el hecho de que los varones se involucren en todas las tareas familiares asumidas hasta ahora en exclusiva por las mujeres (fundamentalmente las relacionadas con el cuidado, sea de niños o de ancianos) se traduce directamente en beneficios económicos (menor absentismo, etcétera).

No tengo demasiadas dudas respecto a que la publicitada iniciativa de Apple y Facebook de financiar la congelación de óvulos a sus empleadas responde a la misma lógica. Por supuesto que ambas empresas han presentado la iniciativa en términos altruistas, en algunos casos incluso echando mano del vocabulario feminista más al uso. Así, en un comunicado de Apple se llegaba a afirmar: "Queremos empoderar (sic) a las mujeres de nuestra empresa para que puedan realizar el mejor trabajo de sus vidas al mismo tiempo que cuidan de los suyos y suben a sus familias". Probablemente el dato relevante aquí sea que las cifras de empleo femenino en el campo tecnológico se mantienen aún muy bajas (en Google, Twitter y Yahoo rondan el 30%), con lo que la señalada iniciativa, tan benefactora en apariencia, respondería al propósito de atraer y retener el talento femenino en un sector con escasa presencia de mujeres.

¿Tanto da lo anterior si el resultado es positivo para las mujeres, podría plantear alguien? En todo caso, una respuesta satisfactoria debería tomar en consideración también los perjuicios que se les puede estar causando. Y lo que está claro es que las iniciativas que comentamos dan varias cosas por descontadas: que al tiempo de trabajo le corresponde la hegemonía sobre todos los demás, que la organización de nuestras vidas ha de gravitar sobre lo laboral y, sobre todo, que el beneficio de los empresarios es el valor incuestionado a cuyo servicio todo debe organizarse.

En este escenario a las mujeres no se les concede más opción que la de adaptarse a la lógica dominante. Por eso se ha ido dejando de hablar gradualmente de la decisión acerca del momento en el que preferirían ser madres. La oferta reseñada alimenta la ficción de que ellas conservan todavía en sus manos el diseño de su futuro, pero no hay margen para el engaño: la racionalidad con la que se rigen sus empresas no es benéfica sino, en exclusiva, económica. Aunque tampoco creo que nadie a estas alturas esperara que las cosas podían ser de otra manera.

Catedrático de Filosofía Contemporánea