La crisis económica, que ya está aquí (y que según dice la mayoría de los que opinan de esto se acentuará en otoño, o vaya usted a saber, porque esta semana ha subido la bolsa y algunas voces auguran que la recuperación será muy rápida), ha empujado al Gobierno de España a poner en marcha el llamado Ingreso Mínimo Vital, al que se van a destinar 3.000 millones de euros anuales para que unas 850.000 familias cubran sus necesidades básicas.

Tras la Revolución Industrial de los siglos XVIII y XIX y la Revolución Tecnológica de finales del siglo XX, en el siglo XXI se presenta una nueva Revolución en el sistema de producción, en la que el teletrabajo, el uso y desarrollo de energías renovables, la economía sostenible, el cambio climático, la robotización masiva, la igualdad total entre hombres y mujeres, la investigación puntera y la cualificación laboral son premisas que se mezclan de manera caótica en una especie de cajón de sastre en cualquier vademécum de economía.

Cuestionada no hace mucho, casi todo el mundo, incluido el mismísimo papa, y con la excepción de Vox, apuesta ahora por la Renta Básica Universal (o el Ingreso Mínimo Vital), que es una fórmula que viene a remedar las enormes carencias neoliberales y los fracasos de las propuestas socialdemócratas sobre el pleno empleo. Se pretende que sea una medida permanente; con ello, la casta política actual renuncia a una justa distribución de la riqueza y apuesta por medidas que tienen que ver con una nueva forma de caridad; y ya se sabe que la caridad abunda cuando escasea la igualdad y campea la injusticia.

Lejos de afrontar los grandes problemas estructurales de la economía capitalista, que avanzaba desbocada hacia su propio colapso, la «nueva política» propone medidas que debieran ser coyunturales para momentos críticos, como un remedio a su incapacidad para erradicar en serio la pobreza y para cerrar la brecha cada vez más amplia entre los ricos privilegiados y los pobres desfavorecidos.

Así, casi nadie plantea cuestionar el problema de fondo, que se ancla en una secular e indecente desigualdad a causa del control por unos pocos de la propiedad de los medios de producción y de la capacidad para la especulación y el dominio financiero, y se presenta como un logro casi revolucionario lo que no es sino una nueva forma de caridad disfrazada de solidaridad. Es una táctica bien conocida desde hace mucho tiempo: que parezca que cambia algo en lo superficial para que lo importante se mantenga inalterable. Y en esos estamos. H

*Escritor e historiador