Elegido de manera discutible, pensábamos que George W. Bush gobernaría en el centro. Nada de eso. Gracias los atentados del 11 de septiembre del 2001, el presidente y los neoconservadores de su entorno se apresuraron a radicalizar hacia la derecha la política de EEUU y establecieron lo que podríamos denominar un republicanismo autoritario.

Estos republicanos autoritarios han considerado que sólo los buenos y antiguos métodos de fuerza permitían restablecer el "destino imperial" de Estados Unidos. Han inscrito su gestión en la estela de los presidentes Richard Nixon y Ronald Reagan, campeones de la guerra contra el "imperio del mal".

LA NUEVApolítica autoritaria fue definida en dos discursos pronunciados por el presidente Bush el 29 de enero y el 8 de febrero del 2002. ¿Qué declaró entonces? Esencialmente tres cosas. Primera, que Estados Unidos había identificado a tres "Estados parias" --Irán, Corea del Norte e Irak-- que constituían una especie de eje del mal. Segunda, que estos Estados estarían en condiciones de suministrar armas a grupos terroristas, sobre todo islamistas, que podrían servirse de ellas para atacar de nuevo a Estados Unidos. Y tercera, que para combatir a dichos Estados, y en primer lugar a Irak, Washington lanzaría su ataque, incluso preventivamente, cuando le pareciera necesario, con el asentimiento de sus amigos o sin él.

Imbuido de este espíritu, el presidente anunció entonces un aumento muy significativo del presupuesto militar de Estados Unidos. Con esta decisión, Bush perseguía dos objetivos. Uno, reactivar la maquinaria económica mediante una especie de "keynesianismo militar"; y dos, mantener el avance militar que permite que Estados Unidos sea la primera hiperpotencia mundial.

En razón de esta posición, el presidente Bush ha considerado, en el curso de los cuatro años transcurridos, que Estados Unidos podía, de hecho, sustituir a las Naciones Unidas y dejar de respetar las convenciones internacionales. Ha estimado que el hecho de haber sufrido los ataques del 11 de septiembre del 2001 le otorgaba el derecho de declarar unilateralmente "enemigo de la humanidad" a cualquier dirigente del mundo y de invadir su país cuando le pareciera bien.

Washington tomó la decisión de invadir Irak en agosto del 2002 con esta mentalidad. Y para justificar su decisión, expuso dos argumentos. Primero, que el régimen de Sadam Husein poseía armas de destrucción masiva; segundo, que Sadam había contraido vínculos con la red Al Qaeda. Se sabe que estos dos argumentos eran falsos. La invasión de Irak ha resultado ser un desastre tanto militar como moral y político. Las fuerzas de ocupación son incapaces de restablecer la seguridad y los servicios indispensables (electricidad, agua, transportes) para la normalización de la vida cotidiana. Las revelaciones sobre las torturas practicadas en la prisión de Abú Graib han acabado invalidando el argumento del "restablecimiento de una democracia basada en el respeto de los derechos humanos". En este contexto, el traspaso de una parte del poder, el pasado 28 de junio, a personalidades iraquís protegidas por los ocupantes, ha resultado una mascarada.

Así pues, el balance de la guerra de Irak, consecuencia principal de los atentados del 11 de septiembre de hace tres años, se revela catastrófico: la población iraquí se encuentra --¡es el colmo!-- en un estado de mayor inseguridad que bajo la dictadura de Sadam; el terrorismo se ha intensificado y se ha dispersado hacia otros continentes; Oriente Próximo está en una situación más inestable que nunca; los precios del petróleo se han disparado al alza; y el mundo es mucho más peligroso en la actualidad que la víspera de la invasión.

En cuanto a la política interior norteamericana, el balance no mejora. La actuación de Bush y de los republicanos autoritarios se ha caracterizado por el recorte drástico de los impuestos y por la transferencia sistemática de los recursos a la minoría rica a expensas de las clases medias y pobres. Los gastos de asistencia médica pública se han reducido de tal manera que millones de personas demasiado pobres para pagarse un seguro individual se ven ahora privados de atención sanitaria. Las leyes ecológicas que protegían los grandes bosques del noroeste y de Alaska han sido modificadas para favorecer la explotación petrolífera. Unas leyes liberticidas, aprobadas bajo el golpe de los atentados del 11 de septiembre, como la Patriot Act y la Homeland Security Act, han creado una atmósfera de recelo generalizado que recuerda a la Norteamérica del maccarthismo.

Las jerarquías del poder y de la riqueza en EEUU son el resultado de decenios de injusticias cometidas en nombre de cierta concepción de la democracia. Las próximas elecciones presidenciales del martes 2 de noviembre no modificarán radicalmente las cosas. Pero si enviaran a los republicanos autoritarios a sus casas, los electores estadounidenses evitarían quizá que se agravarán todavía más.

*Director de Le Monde diplomatique.Traducción de Xavier Nerín.