Hace justo una semana explicábamos en esta misma página los datos más estremecedores del último informe de Save the Children sobre la infancia y la pobreza en España en el último año. Ese documento habla de 2.826.549 niños y niñas que en nuestro país, pese a que estamos en el 2014, viven por debajo de los umbrales mínimos de dignidad. Merece la pena insistir en algunas de las historias que hay detrás de esa tremenda cifra, porque pocas veces los periodistas contamos cómo se elaboran estos informes. Es justo poner en valor ese intenso trabajo, contar lo que sienten los miembros de la organización y, desde luego, los protagonistas.

Las entrevistas para buscar respuestas, y saber lo que está ocurriendo en muchas casas, se suelen realizar primero con la familia al completo, y después la organización se queda a solas con los padres. Y es ahí donde el desgarro invade cada rincón de los hogares visitados. Es el caso, me cuentan, de una pareja española que gracias a su esfuerzo llegó a tener incluso una casa en la playa, una segunda vivienda que fue lo primero que cayó con la primera ola del tsunami llamado crisis. Después, la segunda ola se tragó todo lo demás. Y aún hoy esa pareja se pregunta cómo han llegado hasta la nada, cómo han ahogado sus vidas casi sin ser conscientes en tiempo real de lo que estaba pasando. La conversación es amable en el inicio y recorre lugares comunes mientras los niños escuchan hablar de su propia vida cogida con alfileres. Pero la charla se vuelve amarga y desoladora cuando los pequeños salen de la sala.

LA MADRE lleva el peso de la conversación porque, en un momento dado, el padre se ha paralizado al empezar a relatar lo que necesitan, lo que les falta y lo que no tienen. Ha hecho el amago de llorar, pero no le ha salido ni una sola lágrima de los ojos. Solo se ha quedado en silencio. Y tras una pausa, ha dicho: "Sigue tú, que yo no puedo". La frase ha retumbado en los oídos de quien preguntaba. Y ahí sigue la frase, ahí sigue el "sigue tú, que yo no puedo", y ahí sigue el padre callado y en silencio. Solo que además le acompaña a cada minuto la vergüenza del fracaso, la frustración de haber fallado, la necesidad de ocultar a su entorno lo ocurrido y la dificultad para pedir ayuda. Y seguramente aún trate de dar sentido a otra palabra, recuperación, que para ese padre ya no es conseguir de nuevo su segunda vivienda, ni siquiera la primera. Para él, la recuperación no será ni siquiera acercarse a ese nivel de vida que alguna vez tuvo y que ya casi no recuerda. Ahora solo piensa en cómo resolver la hipoteca del futuro de sus hijos y se conforma con saber qué pasará mañana. Qué será de los suyos... Quién les rescatará ahora que han caído.

Periodista