En Irak, la situación se deteriora de día en día. Las fuerzas de ocupación británicas y estadounidenses han perdido la guerra. Ahora están a la defensiva, aunque cuenten con superioridad militar. Pueden seguir aterrorizando a la población, matando, torturando, pero ya no pueden contener a la resistencia popular, los atentados suicidas, el hostigamiento de las milicias armadas, el desapego de los reservistas que ellos mismos han reclutado y que se les vuelven en contra.

Los mártires de la prisión de Abú Graib han hecho estallar ante el rostro del mundo el carácter bárbaro del Ejército de ocupación: en efecto, jamás, ni siquiera durante la guerra de Vietnam o en los campos de Pinochet en Chile, se había visto tal salvajismo e inhumanidad desarrollándose ante las cámaras.

APARTE DEuna opinión pública estadounidense cloroformizada por unos medios de propaganda masivos, la conciencia de toda la humanidad está trastornada por estas imágenes. Lo que había sido presentado como una expedición "democrática" contra Sadam Husein, se ha revelado ahora como una guerra neocolonial en el sentido más vulgar del término.

Al pueblo iraquí, débil, sin armas y abandonado, le corresponde hacer morder el polvo al Ejército de ocupación. Y para asombro de todos, lo está consiguiendo.

En la actualidad, Bush está cogido en la trampa iraquí. A falta de pocos meses para las elecciones presidenciales estadounidenses, no sabe cómo salir de ella. Los norteamericanos han olvidado con excesiva rapidez la derrota que les infligieron los vietnamitas; hoy sufren el tormento de la guerrilla; y han conseguido, como en los años 60, que Estados Unidos sea detestado en todas partes.

La Administración estadounidense creyó que podía dividir a los iraquís, oponer a shiís y sunís, y éstos a los kurdos. Ha olvidado que Irak es una nación, ha olvidado el patriotismo, la unidad de las poblaciones contra los invasores. Ha olvidado que, con Irak, en la actualidad tiene también a todo el mundo árabe y musulmán en su contra, y que esta guerra, a pesar de su fuerza y de la complicidad de las élites dirigentes de los países musulmanes, no puede ganarla.

Por esta razón es previsible que, incluso tras el cese de las hostilidades en Irak, la guerra contra Estados Unidos, trabada con el conflicto palestino-israelí, continuará. En el plano regional, a Irán le cuesta cada vez más quedarse al margen, Siria observa con delectación el hundimiento estadounidense, Turquía no levanta ni un dedo para ayudar a Estados Unidos, Arabia Saudí se enfrenta al ascenso del terrorismo, mientras la resistencia continúa en Palestina, pese a la agresión israelí.

¿Cómo van a manejar el presidente norteamericano, Bush, y su banda la pretendida retirada a partir del 30 junio? Ahora hacen como si aceptaran una resolución de la ONU que tendría el apoyo de las grandes potencias, tras haberla rechazado durante tanto tiempo.

Pero ni Francia, ni Alemania, ni Rusia, ni China, ni siquiera el Consejo Nacional Iraquí, implantado por los norteamericanos, quieren un texto que enmascare la continuidad de la ocupación bajo otras formas. Exigen una verdadera solución que implique el total reconocimiento de la soberanía iraquí.

AUNQUEéste no es el plan de Bush. Quiere abandonar el campo de batalla conservando los principales atributos del poder; se niega a reconocer la soberanía de los iraquís sobre los recursos energéticos, quiere conservar el control de la reconstrucción del Ejército iraquí, de la policía y, sobre todo, pretende construir bases estadounidenses en el desierto para vigilar los campos petrolíferos e intervenir militarmente cuando lo desee.

En estas condiciones, el representante de la ONU, Lajdar Brahimi, no puede plantear una propuesta de Gobierno de transición que sea aceptada por todos. Los estadounidenses se han visto obligados por la resistencia del pueblo iraquí a hacer concesiones. La adopción por el Consejo de Seguridad de una nueva resolución pone de relieve el debilitamiento internacional de Estados Unidos y el recurso necesario al apoyo de la comunidad internacional para restablecer la soberanía iraquí.

Pero no basta. En realidad el verdadero problema es que todo gobierno que tenga el apoyo de Estados Unidos será considerado ilegítimo por la población iraquí. Todavía correrá mucha sangre. La solución sólo puede derivarse de la marcha de Bush y del cambio radical de la actitud de Estados Unidos con respecto al resto del mundo. Esto es lo que está diciendo estos días el antiguo candidato a las presidenciales estadounidenses, Al Gore. ¡Ojalá el pueblo estadounidense escuche este consejo!

*Eurodiputado socialista francés.

Traducción de Xavier Nerín.