Se dice que los babilonios ya hacían promesas al inicio de un año nuevo, que incluía devolver objetos prestados y pagar deudas pendientes. Miles de años después, también forma parte de nuestro ritual fijarnos retos en estas fechas para mejorar nuestra situación y nuestra vida: aprender un idioma, ir al gimnasio, dejar de fumar- son algunas de las más frecuentes, pero no las únicas.

El psicólogo Rubén Turienzo señala algunas pautas, según un código que llama MARTE, para una correcta orientación de estas propuestas: no valen los objetivos genéricos sino los concretos; y recomienda que sean realmente abordables y no guiados por la ilusión de un ideal. Así que esto descarta que podamos entender como un firme propósito, y que encierre una verdadera hoja de ruta, el balance oficial de Rajoy que predice que el 2014 será el año de la recuperación económica. Un mensaje demasiado optimista y con un uso de los datos que expertos de la talla de José Carlos Díez discuten (por no escarbar en los silencios dedicados a temas candentes y de calado como aborto y corrupción).

Sabemos que mantener las promesas, incluso a nosotros mismos, no es tarea fácil. Según un estudio del profesor inglés Richard Wiseman, solo el 12% de las personas cumplen con sus objetivos de principios de año; y solo la mitad (52%) espera lograrlo en el momento de marcarse las metas. En el caso de los augurios del jefe del Ejecutivo, ni eso, ya que hasta un 71% de españoles no creyó su discurso.

Una resolution, como traducen los ingleses, exige una determinación constante y mayor. El PP, a mitad de la legislatura, sigue fiel a un lenguaje voluntarista de sentimientos y emociones que apela a la confianza y a la fe, más propio de un mitin, y que cambia compromisos por meros vaticinios. Tal noche como hoy, según algunas versiones, viajan siguiendo a una estrella unos sabios, consejeros o "buscadores de la verdad", como dijo el recién depuesto monseñor Martínez Camino. Nuestra tradición los reconvierte en tres reyes cuyo destino es llenar de magia y regalos los zapatos vacíos de los niños, pero, que se sepa, no de presidentes de Gobierno. Por muchas cartas que se envíen. Periodista