Si había alguna duda de que la que ya podemos calificar como tristemente famosa comisión investigadora del 11-M no sirve para nada más que para enredar nuestros calenturientos cerebros, la declaración del fiscal Eduardo Fungairiño ha venido a poner punto y final a cualquier debate: hemos llegado al grado del pitorreo. Que nada menos que un fiscal jefe de la Audiencia Nacional, un hombre de conocimientos tan acreditados como Fungairiño, venga a decirnos que él no lee la prensa y, por tanto, no se enteró hasta el pasado jueves de la existencia de la celebérrima furgoneta, con su cassete islámica, sus detonadores y demás, resulta no sólo increíble, sino insostenible. Que nos diga que es que él solamente ve los documentales de la BBC británica, resulta un punto insultante para los muchachos de la prensa de acá. Que mienta a una comisión --porque cachondearse, dicho sea por lo fino, no deja de ser mentir-- puede ser delictivo. Muchas veces he defendido a Fungairiño, a quien conozco bien y aprecio por su valor, su dedicación, su honradez y por el tesón con el que supera sus dificultades físicas. Pensando en lo mejor, quiero creer que el fiscal jefe, acosado por los recién llegados al poder togado, ha querido hacer un guiño a la ciudadanía, decirle que esta comisión es una tomadura de pelo y que, por tanto, él se siente legitimado para tomar el pelo a la comisión parlamentaria. Pero no lo está: por mucho que la investigación no lo sea, una comisión nacida de la Cámara Baja es algo muy serio; hay que respetarla y acatarla.

*Periodista