Después de tres meses de confinamiento de distintos grados y con la entrada de Aragón en la fase 3 ha llegado el primer fin de semana en el que los aragoneses podemos movernos libremente por todo el territorio. Es la primera operación salida interprovincial de la desescalada, la que permitirá el reencuentro con los familiares de las zonas rurales, la vuelta a muchas segundas residencias en los pueblos y la reactivación, aunque lenta, del turismo en zonas como el Pirineo o Teruel. Una buena noticia para lo emocional y lo económico que hay que saber gestionar. Es humano que en muchos municipios vean este éxodo, sobre todo de zaragozanos, que ayer ya dejaba muestras en las carreteras, con cierto temor. Muchas localidades han tenido la suerte --por su habitual situación de aislamiento-- de estar libres de coronavirus y ven en la afluencia de los urbanitas un riesgo para la salud de su población. Aunque también sean conscientes de que la llegada de estos a las casas rurales supone un paso más hacia la ansiada nueva normalidad. Por eso no hay que desperdiciar todo lo logrado hasta ahora, porque el virus causante de la situación que se ha vivido desde mediados de marzo no ha desaparecido. Es importante abordar estas pequeñas libertades con cautela y responsabilidad para evitar que lo que temen las autoridades sanitarias --rebrotes muy localizados y vinculados a la concentración de personas sin respetar las normas establecidas-- supongan un paso atrás en lo ya conseguido. Es comprensible que haya ganas de las reuniones con amigos, con la familia, de los paseos por la naturaleza o incluso de las barbacoas y las fiestas. Pero siempre evitando sortear los límites y cumpliendo las medidas dictadas para esta tercera y última fase de la desescalada. No hay que olvidar que hasta el próximo 21 de junio, en principio, sigue estando vigente el estado de alarma y un desliz, aunque parezca nimio, puede suponer un retroceso enorme. Y multas cuantiosas.