La última y sorprendente encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas se ha hecho pública en medio de circunstancias poco corrientes por lo que al oráculo oficial respecta.

Por un lado, el CIS trabajó sobre las opiniones de una población aleatoria, que fue consultada entre los días 22 y 27 de abril, apenas una semana después de haberse producido la toma de posesión de José Luis Rodríguez Zapatero. Por otro lado, el propio instituto, sin consultar al gobierno, ha decidido hacer públicos los resultados de una encuesta que, servida a la opinión pública por este inusual procedimiento, no ha podido ser matizada, tergiversada o manipulada por el ejecutivo.

La estadística arroja un pronóstico muy favorable al Partido Socialista, últimamente en estado de gracia, pues ve incrementada su ventaja sobre el Partido Popular en casi cuatro puntos, rebasando holgadamente el 45% de la intención de voto y, al paso que va el PP, encaminándose hacia un techo desconocido, o cuyos arúspices ya no conseguían recordar.

La fuerza de Rajoy, en cambio, retrocede otros dos puntos de oro en su vertiginoso viaje marcha atrás por el túnel del tiempo, estableciéndose en un pelado 35% con tendencia a la baja. La elección de Mayor Oreja como cabecera para Europa, así como de la vieja guardia que trasladará a Bruselas las esencias de una España que por fortuna ya casi no existe, no ha servido para invertir el plano político, ni para galvanizar los decaídos ánimos de sus electores. Al propio Mayor, sin que haya sido nunca la alegría de la huerta, se le percibe estos días arisco y bronco, muy acusón, como esos boxeadores que, viendo perdido el pugilato a los puntos, buscan el cuerpo a cuerpo, a ver si en la melé atinan a meter una mano.

En otro apéndice consultivo, la encuesta del CIS ha venido a echar el último responso sobre el cadáver del trasvase del Ebro.

Ahora resulta que, contra lo que pretendía hacernos creer José María Aznar, cuando todavía podía declarar guerras y desviar ríos, los españoles de a pie no estaban ni mucho menos a favor de destrozar la cuenca. Un 34% de los consultados declararon que la anulación del trasvase les parecía cosa buena, o bastante buena, mientras que los defensores del expolio se redujeron a un 25%.

Teniendo en cuenta que dicho trabajo estadístico ha sido proporcionalmente distribuido a lo largo y ancho del territorio español, esto es, que se ha preguntado a murcianos, a valencianos, a catalanes, y también, desde luego, a los aragoneses, la razón de Aznar no se demuestra por ningún lado.

Ni siquiera aquella brutal operación de imagen, orquestada a través de los medios públicos, de la televisión estatal, que presentaba a los aragoneses como una partida de celtíberos insolidarios frente a la necesidad, la sed y las justas reivindicaciones de los laboriosos levantinos, ha calado en la opinión general.

¿Por qué razón, se preguntarán ustedes?

La respuesta es muy sencilla: era montaje, era interés, era mentira.

*Escritor y periodista