La matanza de inocentes cometida por terroristas chechenos en la escuela de Beslán ha tenido un colofón patriótico en el discurso de Vladimir Putin a la nación rusa que recuerda la insistencia de Bush en el terror global para justificar sus errores. El presidente ruso, consciente tal vez de que el pueblo ruso ya no acepta sus mentiras sobre Chechenia, pero también de que el salvajismo de los secuestradores le inmuniza ante muchas críticas, ha apuntado a objetivos más elevados.

Para Putin, que practica en Chechenia una de las guerras sucias más brutales de las últimas décadas, el ataque de Beslán forma parte de una conspiración internacional contra el pueblo ruso. El enemigo a batir ya no es, pues, Basáyev y sus terroristas, ni el movimiento checheno, que comprende desde líderes moderados a radicales wahabís, sino, como en los viejos tiempos soviéticos, el asedio y la conspiración exterior contra el gran oso dormido de Rusia.

Putin sigue, por lo tanto, sin asumir los errores y los crímenes cometidos por el Kremlin en Chechenia. Es mucho más fácil y rentable alimentar los sentimientos nacionalistas con la apelación a una conspiración internacional. Esa táctica es, también, extremadamente peligrosa.