El Gobierno de España con Pedro Sánchez a la cabeza se está liando con el tema de los restos de Franco. Su torpeza no hace otra cosa que echar gasolina a los renacidos ultras/fascistas, alimenta el fervor al difunto dictador, da alas a los de Vox para cabalgar hacia la Reconquista y otorga a los inútiles de la familia del pequeño general un protagonismo del que ya se habían olvidado. ¡Cómo se puede meter la pata en un asunto tan delicado y tan fácil de resolver!

El verano pasado, el presidente Sánchez lo anunció en el momento oportuno: vamos a exhumar los restos de Franco y sacarlos del Valle de los Caídos (patrimonio nacional; es decir, de todos los españoles). Así: mes de agosto, España de vacaciones, casi todo el territorio con las persianas echadas y tomando cañas al sol. Era pues una decisión inteligente y práctica. Un decreto ley en consejo de ministros, y con la mayor discreción posible hacer desaparecer sus restos. Hecho, ya está. Un problema menos. También se cumplía con el respeto debido a la Memoria Histórica. Una operación perfecta. Si era rápida, claro.

Inexplicablemente han ido pasando los meses y el Gobierno se ha liado con permisos, trámites administrativos, ¡consultas a la familia!, negociaciones con los monjes de la abadía, (que por cierto llevan sus cuentas fatal, un caos total dice Patrimonio Nacional), y hablar con el Vaticano, que ya les ha repetido dos veces que no se opone a la exhumación de los restos. Mientras tanto, las manifestaciones nostálgicas del régimen se han multiplicado, filas para entrar y saludar brazo en alto, exaltación fascista al amparo de la indecisión de un Gobierno socialista inmaduro, demasiado blando a estas alturas de la vida. Menudo espectáculo han propiciado. Aprovechado naturalmente por el PP, Vox y la rancia derecha que canta todavía el Cara al sol, en Colón.

En Alemania está prohibida la producción, distribución, exhibición y glorificación del nacionalsocialismo. Ni Hitler ni otras grandes figuras del III Reich tienen tumba donde se les pueda rendir homenaje. Hay que aprender de lo que se hace bien y copiarlo. En el 2011, las autoridades decidieron exhumar el cuerpo de Rudolf Hess, quemarlo y esparcir sus cenizas en un lago no identificado. Este gesto se enmarca en los esfuerzos de las autoridades germanas de evitar que existan lugares de culto y peregrinaje para los militantes de extrema derecha. No hay que dudar con estas cuestiones que intentan resucitar el odio y la violencia. Los alemanes lo saben, y solo hay que oír las declaraciones del director del Consejo Cultural Alemán: «Con los disturbios de ultraderecha recientes no quiero imaginar qué ocurriría si hubiera una tumba de Adolf Hitler en suelo teutón». Pues eso.

*Periodista y escritora