Veo que Aznar pretende salvar su honor mientras Bush hace risas, el muy majadero, sobre las armas de destrucción masiva: "¿Dónde están? ¿Estarán por aquííí? ¡Nooo, aquí no! ¡Je, je, je!" Pero la Humanidad, atribulada y perpleja, sólo quiere el retorno a la cordura. Entendámonos. No me refiero a la cordura-cordura, al ideal basado en la razón absoluta; sino a esa lógica razonable y accesible según la cual los malos son perversos aunque inteligentes y los poderosos intentan (para mantenerse en el poder) no joder el invento. Pero estamos atravesando un extraño periodo de la Historia en el que los mandamases son simultáneamente malvados y estúpidos (¡gran peligro!), tanto así que además de mentir acaban creyendo sus propias mentiras y al final incluso se empeñan en salvaguardar su honor contra todo pronóstico.

¿Qué significa volver a la cordura? Para empezar, un mínimo respeto a eso que llamamos la verdad incontrovertible. Al Gobierno del PP no sólo le cogieron los españoles en falso en los dolorosos días de después del 11-M, sino que el mosqueo venía de antes. Porque semanas atrás, el mismo Zaplana que en la noche de aquel fatídico jueves llamó a las televisiones para insistir en que el atentado era cosa de ETA y sólo de ETA, había asegurado sin pestañear que jamás de los jamases dijera el presidente Aznar que en Irak hubiese armas de destrucción masiva. Y lo juraba el menda con un empeño digno de verse, como si los demás no tuviésemos oídos ni memoria.

UNA COSA es mentir pensando que no te van a pillar, como Nixon, y otra hacerlo cuando ya te caíste con todo el invento, como Bush Jr. Una cosa es fingir que una felación no pasa de ser un mero entretenimiento en las aburridas tardes de la Casa Blanca y otra coger un macro-atentado como el del 11-S americano (o el 11-M español) y aprovechar el horrible paso de la Parca para atacar Irak o ganar las elecciones.

Para hacer frente a los fanáticos, solo nos queda la fina y cínica cordura. En España, Aznar y los suyos se empeñaron sin embargo en llevarnos hacia un horizonte de iluminada irrealidad. El Prestige casi había sido una bendición, el Yak ucraniano era el mejor avión del mundo, quien no está conmigo está contra mí, Europa respaldará sin duda el trasvase del Ebro, en Irak obramos de acuerdo con las decisiones de la ONU, la guerra contra el terrorismo es un único y global combate desde Donosti a Kabul... Todo mentira, aunque todo haya sido doctrina oficial de un gobierno, el de España, que llegó tan lejos porque hubo un momento en que ya nadie (o muy pocos) se atrevían a llevarle la contraria. Por si acaso.

En su última entrevista por televisión (¡tan distinta de las que le prodigaban antaño!), José María Aznar ha asegurado que antes de iniciarse el ataque a Irak, todo el mundo creía que Sadam Huseín poseía armas de destrucción masiva. ¿Todo el mundo? Fácil sería recuperar las imágenes de aquel debate parlamentario en el que Zapatero, con aquella humildad suya, proclamó ante la Cámara que el régimen iraquí ya no representaba una amenaza inmediata. ¡Y cómo se puso Aznar en la réplica!

HOY SABEMOS que hemos sido sometidos a una estricta dieta de engaños manifiestos. Tanto es así que no sabemos ya cómo es la cara luminosa de la verdad. El PP aseguró una y mil veces que íbamos a la guerra de acuerdo con las resoluciones de la ONU y los acuerdos de la UE. De tanto hablar de terrorismo islámico y tanto agitar (el propio Aznar en sede parlamentaria) la amenaza que podía representar aquel supuesto comando integrista armado con un tambor de detergente, acabamos por pensar que todo era un cachondeo. Un periodista del Régimen (o sea, de la derecha de toda la vida) aseguraba estos días que España apoyó el ataque a Irak "de forma platónica, sin disparar un solo misil".

Así vimos al presidente de nuestro Gobierno hablar tex-mex, poner los pies en la mesa del emperador y erigirse en inmenso paladín de Occidente. Platónico, claro. Cuando las gentes de orden vieron las imágenes de los bombardeos sobre Bagdad se horrorizaron un poco. "Pero también las naciones desarrolladas deben afrontar, por ejemplo, las consecuencias de los accidentes de tráfico", dijo oportunamente don Manuel Fraga... Y de esta manera nuestros gobernantes se fueron yendo de cabeza, en pos de sus propias y descabelladas invenciones. Hasta que un día, la muerte, harta ya de pasearse por Faluya o Nablús, vino a Madrid de visita. Entonces hubimos de toparnos con la cruda y enloquecida realidad de estos tiempos absurdos; entonces pasó lo que pasó. Y para qué seguir hablando de ello, si todos lo vimos.

Quédese Aznar con esa cosa deleznable que él y los suyos llaman honor . Ojalá los demás podamos retornar a la cordura, al viejo sentido común de los supervivientes. Nos conformamos con un poco de democracia y una miaja de decencia.