La dimisión diferida del líder nacional tras los malos resultados en las elecciones europeas por el ascenso de nuevas opciones políticas de izquierdas, el debate sucesorio en la Corona sobrevenido tras la abdicación del Rey, las tensiones mal resueltas con el PSC por la afrenta secesionista catalana y el ataque de euforia forzada en un PP que va a pasar el próximo año amplificando con sus corifeos los tímidos brotes verdes de la economía han arrastrado al PSOE a una dificilísima situación. Tras dos años intentando rearmarse en torno a la figura de Alfredo Pérez Rubalcaba, afanados en tareas básicamente de oposición salvo en un par de comunidades y sin capacidad de acometer una verdadera renovación generacional, los socialistas afrontan con demasiadas urgencias el inicio de una nueva etapa que nada tendrá que ver con las anteriores.

Los retos son mayúsculos para una organización política que no solo ha jugado un papel clave en la modernización de España durante los últimos 30 años, sino que está convencida de que ese pasado de cambio y progreso le avalan para seguir en esa tarea. Por eso el PSOE abraza tautológicamente el incipiente liderazgo de la presidenta andaluza, Susana Díaz, con la que buscan la transición entre el tiempo pasado y la necesaria regeneración interna. Pero los problemas que se aprecian en el PSOE no tienen que ver con la elección de un nuevo líder, ni con la simpatía ciudadana que pueda obtener quien finalmente tome la vara de mando. Para conseguir una verdadera refundación, que es lo que en verdad necesitan los socialistas, habrían de clarificar su postura en los asuntos nucleares que preocupan a la ciudadanía. Durante la breve etapa de liderazgo de Rubalcaba se llenaron páginas de literatura política con declaraciones de intenciones que han servido de poco a una organización cada vez más exhausta. Fuera por la debilidad interna del líder, o por su pasado reciente como número dos de Rodríguez Zapatero en la etapa más difícil de Gobierno socialista; fuera por el descontento ciudadano hacia el establishment del que forma parte la cúpula el PSOE los esfuerzos; fuera por las contradicciones durante su etapa en el Ejecutivo en un momento de recortes graves y de apoyo financiero a la banca; cualquiera de esos factores ha influido en que los nuevos mensajes y retos se quedaron en agua de borrajas. Se plantearon debates interesantes, como la reforma constitucional para garantizar el Estado del Bienestar, mediante el reconocimiento de nuevos derechos, o el perfeccionamiento del Estado autonómico, clarificando competencias y financiación a las comunidades. Sin embargo, estas propuestas políticas no pasaron de ser meros titulares de prensa, ante la vorágine de acontecimientos que dilapidaban cualquier intento de llevarlas a la práctica.

Esta incongruencia entre querer y poder en la etapa de Rubalcaba al frente del PSOE adquiere su máxima expresión estos días, tras la abdicación de Juan Carlos I y la inminente entronización de Felipe VI. Un partido de fuste republicano, que ha pasado meses debatiendo sobre modelo de Estado, va a alinearse necesariamente con la sucesión en la Jefatura del Estado de acuerdo con lo previsto en la Constitución vigente, como no podía ser de otra forma al tratarse de uno de los partidos que alumbró la Carta Magna. Es lo que debe hacer el PSOE, indudablemente, pero muchos militantes se preguntan hoy por qué tanto debate interno si posteriormente no existe posibilidad de ponerlo en marcha. De momento, crecen las tensiones internas sobre Monarquía o República, con ayuntamientos gobernados por el PSOE que solicitan un referéndum o lo rechazan en función de la pulsión de los líderes locales.

El reto ahora no es tanto para la dirección saliente, que parece tenerlo claro, sino para los líderes regionales que hasta ahora habían alimentado las pulsiones de cambio hacia un régimen republicano. Le ocurre en Aragón a Javier Lambán, que durante los dos años de secretario regional ha participado activamente en actos de exaltación republicana y ahora debe salir al paso de declaraciones pretéritas asegurando que el debate Monarquía-república no es el asunto que hoy preocupa a los ciudadanos, y recordando que "decidir sobre la jefatura del Estado tras la abdicacion de Juan Carlos a través de un referéndum ni tiene validez jurídica, ni tiene sentido político, ni encaja en la Constitución vigente". Acierta el secretario general en el diagnóstico, pero esto tendría que haberlo pensado antes de que llegara este crucial momento para evitar las tensiones internas que de hecho ya existen en Aragón.

El ejemplo ilustra la necesidad de que el PSOE no solo debe afrontar el reto de elegir nueva dirección, sino que ha de clarificara su posición en los asuntos estructurales del Estado, marcando sus límites, y no solo dibujando aspiraciones. Los socialistas tienen por delante unas semanas en las que no puede cometer más errores, en uno de los momentos más difíciles de la historia de la socialdemocracia europea.