Felipe VI vivió ayer su primera jornada como rey de España trufada de solemnes actos protocolarios entre los que se contaba el juramento de la Constitución que certificaba el relevo que se había hecho efectivo la medianoche anterior. Entre la pompa de los desfiles, las recepciones y los besamanos, un acto estaba llamado a destacar por encima del resto. Felipe se enfrentaba al compromiso de pronunciar su primer discurso como jefe del Estado, un reto en el que debía compaginar las limitaciones de la Carta Magna a sus funciones con la responsabilidad de enviar un mensaje nítido sobre las líneas maestras que inspiran el inicio de su reinado. Un discurso de 25 minutos, que iba a ser escrutado no solo por lo que se decía, sino por lo que se insinuaba o callaba.

Ante las Cortes españolas (Congreso y Senado) reunidas en el palacio de la Carrera de San Jerónimo, y ante la práctica totalidad de los representantes de las instituciones del Estado, Felipe pronunció un discurso extenso y bien trabado en el que combinó referencias clásicas de exaltación de España, los logros conseguidos en los 35 años de democracia y la apelación a la unidad dentro de la diversidad, con unas pinceladas de los problemas presentes y retos futuros a los que los españoles, y la Corona en particular, deberán hacer frente. Más allá de estos dos grandes ejes, quedaron diluidas referencias más concretas a los graves problemas institucionales que vive el país. En una referencia clásica a la "España unida en la diversidad" destacó sin duda su afirmación de que "dentro de la ley" en este país "cabemos todos"

Tuvo palabras para los millones de españoles golpeados por la crisis "hasta verse heridos en su dignidad como personas"; se comprometió a "observar una conducta íntegra, honesta y transparente" como seña de identidad de la Corona, y no olvidó apostar por la innovación y las nuevas tecnologías como "verdaderas energías creadoras de riqueza". El despliegue, en definitiva, de un amplio catálogo de cuestiones actuales, en las que también apeló al protagonismo de su generación, que toma el relevo de quienes pilotaron la transición democrática, y de los más jóvenes. Felipe empieza a andar, necesita tiempo para ejercer su labor mediadora y arbitral y, sobre todo, precisa de la colaboración de quienes sí tienen las competencias y la responsabilidad. España inicia una segunda transición y nadie puede esperar que el nuevo Rey la protagonice en solitario.