Que la abstención iba a ser alta estaba cantado. ¿Qué podía significar eso? ¿Quizás fuertes descensos porcentuales de las opciones mayoritarias? ¿Tal vez la rehabilitación simbólica de Izquierda Unida, que ahora recuperaría votos prestados al PSOE en las generales y se beneficiaría de la actitud militante de sus votantes más fieles? ¿Nuevos ascensos de las agrupaciones nacionalistas y regionalistas?... Pero la pregunta millonaria de la jornada se refería por supuesto a la posibilidad (o no) de que el PP encontrase en la desmovilización ciudadana el escenario perfecto para tomarse la revancha del 14-M. Con ese objetivo los líderes conservadores habían mantenido durante los últimos tres meses una inaudita tensión entre sus seguidores excitándoles a convertir las europeas en la demostración de que lo de marzo había sido sólo un accidente reparable.

Pero los resultados de ayer demostraron que los procesos electorales tienen dinámicas internas difíciles de prever. Pese a la tremebunda abstención, las opciones mayoritarias (PSOE y PP) no sólo no retrocedieron sobre los porcentajes obtenidos en las generales, sino que incluso los superaron. Por contra, Izquierda Unida, los nacionalistas y regionalistas perdieron terreno. Finalmente, el PP obtuvo el consuelo de recuperar casi cuatro puntos sobre el 14-M; pero aunque Mayor Oreja hablase de un excelente resultado , la revancha no llegó. El cambio de ciclo se ha consumado y el Partido Socialista domina un panorama político en el que además puede contar aún con eventuales aliados; no es éste el caso de los populares .

EL CANDIDATO del PP estaba ayer muy contento (hasta tal punto había temido zanjar la jornada con un desastre en toda regla). Por ello le resultó más fácil iniciar un aparente (e inteligente) giro hacia la moderación, secundado luego por Rajoy. Sin perder la sonrisa, aseguró que ni él ni los suyos habían puesto nunca en entredicho la legitimidad a la victoria socialista en las generales. Pasando por alto lo sorprendente que resulta semejante afirmación (los conservadores no han dejado de cuestionar estos días el anterior éxito del PSOE), podría indicar que la dirección popular está lista para aprovechar la dulce derrota de ayer iniciando la vuelta a la normalidad y abandonando el tono histérico y extremista de estos meses de ira y orgullo herido.

Con tres años por delante hasta las próximas elecciones, el PP ha de tener serenidad y responsabilidad para recuperar espacio hacia el centro, invertir la deriva ultra de sus seguidores y articular un nuevo discurso más lógico y moderno. El problema radica en que sus dirigentes más empapados en el aznarismo tendrán la tentación de creer que si las europeas no les han llevado a la catástrofe es porque su reivindicación de la guerra de Irak, la defensa a ultranza el PHN y esa visión excluyente y cerrada de España (tanto en la perspectiva interior como en la exterior) son argumentos que han funcionado vinculados a los mensajes agresivos (y más bien euroescépticos) en relación la UE.

El PP es un partido potente. Y el PSOE deberá hacerse a la idea y no olvidarlo en ningún momento. Los próximos tres años exigirán de los socialistas definición y acción. El buen momento que atraviesa el partido liderado por Rodríguez Zapatero y la firmeza de sus apoyos electorales ha de corresponderse en lo sucesivo con una gestión que mejores la calidad de vida de los españoles y que concrete por la vía de los hechos las alternativas progresistas que hoy sólo existen como propuestas programáticas o como una mera voluntad de diálogo y consenso.

SE HA VUELTOa comprobar que una parte importante de los votantes de izquierda o centro-izquierda sólo se moviliza cuando considera que debe resolver una situación límite. Aunque el PSOE podía presumir ayer de buenos resultados, también habrá de reparar en lo obvio: la facilidad con que el PP gana terreno en un escenario de abstención. El potencial elector socialista (y de la izquierda en general) es exigente y crítico; puede retirar su apoyo (ya lo hizo en los Noventa) si considera que sus representantes no lo están haciendo bien.

Habría que preguntarse finalmente el por qué de tanta abstención. Es evidente que los españoles, como el resto de los europeos, todavía no han visualizado la influencia de la UE en sus vidas cotidianas. Las instituciones continentales aún no gobiernan de verdad ni deciden cuestiones esenciales de la política interior y exterior. Esto es lo que debe cambiar en el inmediato futuro.