En algún momento del pasado fin de semana se publicó en Madrid una entrevista con la escritora, editora y actual directora de la Biblioteca Nacional, Rosa Regás. En sus declaraciones manifestó la particular alegría (felicidad ) dijo ella, que le produjeron la muerte de Franco y la derrota electoral sufrida por el PP el pasado 14-M. Así es que diversos comentaristas y columnistas del ala conservadora la han puesto a parir; a ella, a los progres en general, a los intelectuales de izquierdas y a todo lo que se ha puesto a tiro. Era una reacción previsible (últimamente los voceros de la derecha están muy irritados), pero lo que ha llamado la atención en las réplicas a Regás es la fortísima nostalgia franquista que destilaban casi todas ellas. O sea, que a estas alturas de la jugada resulta que confesar haberse alegrado de la muerte del Generalísimo es una muestra de mal gusto, una tropelía verbal, una falta de respeto e incluso (lo he leído en el ABC) un ejemplo de lo escasamente democrático que es el rojerío español. ¡Ostras!

PODRIA decirse que de la muerte del dictador (cruelmente ajusticiado por la propia camarilla del Pardo y su Equipo Médico Habitual ) se alegraron millones de españoles, y el 20 de Noviembre de 1975 fueron descorchadas miles de botellas de cava en íntimas celebraciones. La desaparición física de un déspota que manejó a su antojo el país durante cuarenta años hizo lógicamente felices a los demócratas. Mas la cuestión no es ésta, sino el hecho de que exista todavía entre nosotros una corriente de opinión que es capaz de criticar públicamente a quienes, casi treinta años después de la defunción de un personaje tan siniestro y tan condenado por la Historia, se limitan a proclamar que aquel fue un momento feliz. Es el indicio de que existe, al menos entre un sector del conservadurismo nacional, un afán revisionista que intenta reivindicar o en todo caso preservar la memoria del Caudillo y de su Régimen; lo cual, hablando en plata, vendría a ser como si las derechas alemanas o francesas anduviesen exigiendo respeto a la hora de mentar a Hitler o Petain, respectivamente (o como si la izquierda Europea añorase hoy la figura de Stalin).

En sintonía con la capacidad de los nuevos y viejos conservadores para controlar medios de comunicación de masas y distorsionar la realidad hasta límites grotescos, la revisión de la Historia reciente recorre el mundo a galope tendido. Porque esta manía no es cosa exclusiva de la España que fue de Aznar ni de la Italia que aún es de Berlusconi; en Estados Unidos, ¡obligado ejemplo!, también se aprovecha la actual guerra de Irak para meterle mano al recuerdo de la de Vietnam y reescribir lo que en ella pasó.

HE VISTO recientemente reportajes producidos por televisiones norteamericanas en los que se vuelve a Indochina para replantear la absurda tesis de que Vietnam, Laos y Camboya no se perdieron en la larga lucha por junglas y ciudades, sino en los propios Estados Unidos. Es la vieja versión según la cual fueron las vacilaciones del presidente Jhonson, los escrúpulos de MacNamara, su secretario de Defensa, y la presión del pacifismo y de los liberales lo que impidió la victoria final sobre Ho Chi Min y sus incansables soldaditos. Vuelve a escucharse que la ofensiva lanzada por las guerrillas del vietcong y el ejército regular norvietnamita en el Tet del 68 (principio del fin de aquella terrible y sangrinta aventura) acabó en una victoria norteamericana; pero luego el famoso periodista norteamericano Walter Konkrite dijo por la tele que aquella guerra no se iba a ganar y la cosa se jorobó. Para alivio de quienes en estos momento puedan alarmarse ante el feo aspecto que tiene la ocupación de Irak o la (desastrosa) marcha de la lucha global contra el terrorismo, proclamar que Vietnam fue, en realidad, un éxito militar cubre con un tupido velo la experiencia histórica, o mejor aún: le da la vuelta. La moraleja es sencilla: no hay nada que los Estados Unidos no puedan resolver si se les deja utilizar toda su potencia de fuego (incluido el arsenal nuclear).

Naturalmente la reescritura del pasado reciente, no se debe sólo a la nostalgia. Se está produciendo porque la dura derecha norteamericana y otros conservadores que se miran en su espejo quieren imponer una política de represión, guerra y control-descontrol económico. La convención de los republicanos USA ha sido perfectamente reveladora: discursos extremistas, integrismo, desprecio por los derechos sociales... Y en las calles de Nueva York miles de manifestantes detenidos. Se empieza revisando la Historia y se acaba repitiéndola.