Como ocurre con todas las grandes revueltas populares, las movilizaciones que se suceden en Bielorrusia desde hace semanas pueden cambiar el curso del país, pero hay algo que distingue a estas protestas: sus protagonistas. Las caras visibles de la oposición son mujeres: las líderes que llaman a desafiar al autoritario presidente Alexandr Lukashenko y las bases que llenan las calles y se enfrentan a la policía. Las mujeres llevan la batuta de la protesta bielorrusa, y no es por casualidad. Svetlana Tikhonóvskaya , Verónika Tsepkalo y Maria Kolesnikova son las parejas y ayudantes de líderes opositores encarcelados o huidos, que decidieron seguir su lucha.

Del mismo modo, cuando en las manifestaciones posteriores a las elecciones presidenciales --celebradas bajo la sospecha del amaño-- fueron detenidas 7.000 personas, en su mayoría hombres, las mujeres asumieron el peso de la lucha.

Cabe destacar, entre otras, la figura de Nina Baguínskaya, que a sus 74 años no se arruga ante nada y ante nadie y que aparece a la cabeza de las manifestaciones sábado tras sábado. Después de la imagen que ha dado la vuelta al mundo en la que aparece forcejeando con los policías por la bandera rojiblanca (símbolo opositor), la venerable anciana de pelo cano y gafas se ha convertido en un icono de la lucha por las libertades. Relegadas a un segundo plano en una sociedad donde impera un machismo latente, la voz de las mujeres bielorrusas es ahora escuchada internacionalmente... y ha cogido desprevenido a un régimen profundamente patriarcal.

La calle exige más democracia en esta república exsoviética que se remueve contra los tics políticos del pasado, y esta no llegará si no hay de verdad una igualdad real. Obviamente, como ocurre en otros muchos movimiento sociales, la presencia de la mujer es indiscutible e indispensable. Regímenes como los de Lukashenko están condenados a desaparecer, pero si hay mujeres de por medio, probablemente acabarán antes.