Un rey es una persona de sexo masculino a la que en Estados Unidos nos referimos como cabeza coronada, aunque lleva corona y normalmente no tiene cabeza de la que podamos hablar», decía Ambrose Bierce en su Diccionario del diablo. La monarquía es una institución inverosímil, y un rey en nuestra época recuerda a alguien que ya de mañana espera disfrazado de reno el autobús que le llevará de regreso a casa tras una noche de fiesta. Pero nuestro tiempo ha creado instituciones igual de asombrosas y de menor utilidad: muchos de los países de mayor calidad democrática son monarquías parlamentarias y, a fin de cuentas, Alberto Garzón ha llegado a ser ministro de Consumo.

Durante mucho tiempo el rey don Juan Carlos gozó no solo de legitimidad sino de reconocimiento por parte de muchas personas que no eran monárquicas: por su papel admirable en la transición a la democracia y por su actuación decisiva el 23-F, un episodio sobre el que acaba de publicar un ensayo en Taurus el historiador Juan Francisco Fuentes.

Esos aciertos hacen que su caída en desgracia, propiciada por sus graves errores y cuyas consecuencias conoceremos más adelante, produzca cierta melancolía. En los perfiles a veces se señalaba que le obsesionaban algunas cosas: fallos que su familia y otras casas reales europeas habían cometido y que habían conducido a la expulsión del trono; también tener menos patrimonio y seguridad que otros monarcas europeos. Algunas preocupaciones te pueden conducir a la virtud y otras al error. José Antonio Zarzalejos ha hablado de una sensación de traición tras el margen de confianza que había ganado el emérito; la complica un elemento añadido de cutrez.

Afecta a la monarquía pero hay un elemento de tergiversación, impulsado entre otros por el vicepresidente segundo del gobierno con su acostumbrada deshonestidad: el error de un titular no impugna la institución, ni contamina de manera automática al rey actual, que se ha distanciado de su padre, seguramente tomará nuevas decisiones y en su reinado ha mostrado una actitud sensata y responsable (que incluyó otro discurso decisivo en octubre de 2017).

Puede haber un debate sobre la forma del Estado, pero no debería producirse por motivos espurios. Al mismo tiempo, la democracia, con sus imperfecciones, ha demostrado que puede examinar a los poderosos. Ha ocurrido con la familia real, con ministros, con personalidades de prestigio. Es un espectáculo decepcionante sobre la naturaleza humana, el poder y la sensación de impunidad, pero también muestra que el sistema tiene mecanismos de corrección y funcionan.