No sé si los neurólogos lo habrán estudiado suficientemente, pero inculcar a los niños lo de los Reyes Magos tiene que ser malo. Evidentemente, el engranaje comercial dice lo contrario. Nunca faltan voces para loar el triunfo de la magia y la ilusión, palabras tan adictivas y perjudiciales como el azúcar… cuando te das de bruces con la realidad.

Piénsenlo. Gracias a esta tradición -que pasa de los padres, que en su día fueron hijos embaucados, a sus retoños-, nuestra cartera pasa a estar comandada por los caprichos cuantitativos de unos renacuajos.

Cuando pasas demasiados años atrapado en una ilusión, por fuerza la cosa tiene que dejar secuelas. Solo así entiendo nuestro comportamiento como votantes elección tras elección. Unos señores muy simpáticos que dicen cosas que nos gusta oír nos piden un voto a cambio de prometer que nos van a traer todo lo que está en la lista: estaciones de AVE, piscinas municipales que parecen olímpicas, aeropuertos haya o no haya aviones, trabajo, justicia social, aumento de las pensiones, bajadas de impuestos... No somos conscientes de que todo eso debe salir de nuestros bolsillos, incluidos los sueldos de nuestros Reyes Magos en forma de concejal, diputado, presidente o rey.

El proceso empieza de niños y se culmina con 8 o 9 años, cuando, pese a saber quiénes son en realidad Melchor, Gaspar y Baltasar, les seguimos pidiendo la Luna y seguimos metiéndonos en la cama el 5 de enero presos de los nervios. Como en todo, hay grados, pero esa es la droga del ludópata. Y la del que espera que algo mágico ocurra, cuando lo mágico es antónimo de lo racional. Cuando la nebulosa de los deseos se impone y nos impide ver la realidad del esfuerzo o del trabajo. Cuando queremos que las leyendas y las historias de magos tengan más peso que la nuestra.

Abrazo a todos los que lo pasaron mal estos días. Y a todos los que lo pasaron bien, deseando que nunca pasen a formar parte del primer grupo.

*PeriodistaSFlb