En 1924 el historiador belga Marc Bloch, a quien asesinaron los nazis, publicó una de las obras maestras de la historiografía del siglo XX: Los reyes taumaturgos . Bloch estudió el carácter sobrenatural que la gente de la Alta Edad Media atribuía a los soberanos en Francia y en Inglaterra, a los que consideraba taumaturgos, es decir, con capacidad para hacer cosas maravillosas, como curar a enfermos con sólo tocarlos. Ese poder procedía del origen divino que se suponía a la monarquía: sus majestades lo eran "por la gracia de Dios". A comienzos del siglo XXI, y aunque algunos insisten en el carácter divino de los reyes, las monarquías europeas han cambiado en las formas; ya no pasan la mano por la cabeza de los enfermos para curarles escrófulas o llagas, que para eso está la Seguridad Social, pero siguen mostrándose entre las masas para que esta sociedad cada vez más gregaria y acrítica, los vea, los admire y los vitoree. No sé qué tiene la monarquía que provoca que hasta ilustres intelectuales presuntamente críticos y mordaces vistan chaqué, se presten al paseíllo mediático y se pongan morados de capón y pasteles de frutas del bosque a costa de los bolsillos de los españolitos. Habrá que recordar que el peor rey que ha tenido España, un borbón llamado Fernando VII, fue aclamado en Madrid al grito de "¡Vivan las cadenas!". Dos siglos después, en la época de la realidad virtual, las cadenas son menos evidentes, pero ahí siguen, atrapándonos en la falsa ilusión de que vivimos en un mundo de cuento de hadas.

*Profesor de Universidad y escritor