Menos mal que de la selección nacional de fútbol dependen bastantes menos cosas de las que parece, porque, de lo contrario, de resultar trascendente su participación, o decisivos sus resultados, el país de Rodríguez Zapatero entraría en crisis.

La flor del nuevo presidente, que la tiene, no ha sido suficiente para perfumar la sudorosa espesura del juego de nuestro combinado patrio. Miguel Muñoz, aquel entrenador que se daba un aire a Sáez, tipo recio, con cara de pocos amigos, tenía, sin embargo, flor. Sáez, por lo que hemos podido comprobar, no.

El míster ha cometido demasiados errores en pocos partidos, pero el hombre se resiste a dimitir, a soltar la borrega. Humanamente hay que entender que el hombre se las quiera seguir llevando, porque... ¿a quién poner en su lugar? ¿A otro tan malo o peor que él? ¿A Camacho, a Clemente? Igual o mejor lo haría Manolo el del Bombo...

La selección, que tantas pasiones despierta, que acuña frases y eslóganes como aquel de la furia española , o este otro de la marea roja , con resonancias de proletariado y revolución, es, lejos de lo que se ha venido diciendo, un combinado corriente, uno más entre los muchos que aspiran al cetro continental. Sólo disponemos, en realidad, de un jugador de auténtico genio, Valerón, pero el míster decidió que no sabe defender, que no suda lo bastante la camiseta, y no lo alineó, o lo sacó de reserva. En cambio, tuvimos el dudoso placer de contemplar deambulando por el área a un Raúl con la mirada perdida, incapaz de ver puerta, de sentar a los defensas, pero ocupando puesto de privilegio y llevándoselas también, que cada grano va haciendo granero. Y vimos al resto de seleccionados del Real Madrid, conformando la espina dorsal del equipo, estorbando a los demás y estorbándose a sí mismos.

Y tuvimos la santa paciencia de escuchar, desde el micrófono de TVE, en vivo y en directo, al experto Michel, el de la pasmada oratoria, cuyos juicios y criterios, de patio de colegio, de entrenador de tercera, nos hicieron sonrojar de subjetividad y bochorno. Este muchacho, cuyo gran mérito, una vez despedida su carrera deportiva, parece consistir en haber aprendido a elegir personalmente sus corbatas y a repartir por su cuero cabelludo la cantidad justa de gomina para ofrecer una imagen que en Prado del Rey deben considerar seductora y actual, reúne tantas cualidades ante el micro como cualquiera de nosotros para sustituir a Raúl. En los momentos en que Portugal, que nos bailó como quiso, mejor jugaba, Michel afirmaba que los contrarios estaban a nuestros pies, y que sólo hacía falta, para obtener la victoria, que los nuestros atinasen en el pase y en la perpendicularidad de la portería. No nos documentó Michel, ni tampoco ese eterno locutor de la 1 cuya voz ya de por sí invita a la depresión, sobre las estrategias del juego, las características de los jugadores, sus historias, leyendas, anécdotas. Limitándose a contar lo que estábamos viendo, convirtió el espectáculo en una radionovela triste con lacrimógeno final.

¿Será Michel el gafe de la selección?

*Escritor y periodista