Parece que, al final, tendremos razón quienes desde el FMI o, modestamente, desde esta columna señalamos que la recuperación económica en España es frágil, siendo el mayor riesgo no hacer nada por exceso de complacencia. Cuando vemos que el petróleo está al alza, que la fortaleza del dólar se lleva por delante la economía argentina y que se empieza a asociar el próximo relevo en la cúpula del BCE con el fin de la política monetaria acomodaticia que nos ha financiado la salida de la crisis (el BCE ha comprado 2,4 billones euros de deuda), suenan las alarmas y estallan las burbujas de ilusión respecto a la potencia creadora de «aquellas reformas que se hicieron», sobre todo cuando una de las dos, la de pensiones del 2013, se pone en almoneda en el Congreso ante la vigorosa protesta de los pensionistas pero, también, para asegurar unos meses más de vida a Mariano Rajoy en la Moncloa.

Con el petróleo por encima de 75 dólares, nuestra balanza comercial agudiza su tradicional déficit y pone fin a las pretensiones de que nos habíamos convertido en una economía exportadora como Alemania. Y cuando, ante la primera dureza monetaria, caiga sobre nosotros todo el peso de una economía aún muy endeudada, pese a haber sustituido una parte de la deuda privada por pública, las dificultades para reactivar la demanda interna, las volatilidades bursátiles y equilibrar el presupuesto dibujarán un panorama muy alejado del optimismo bobo que algunos han practicado estos años.

Sin embargo, es compartido, en mayor o en menor grado, por el resto de la eurozona y todos los analistas convencionales de riesgos lo tienen incorporado ya en su ecuación. Por ello, me parece más relevante poner el foco en lo que podríamos llamar los riesgos patrios, que son aquellos propios adicionales que acechan la solidez y continuidad de nuestro crecimiento, entre los que destaco la desigualdad creciente, el impacto del binomio digitalización-inteligencia artificial y la lucha contra el cambio climático.

El bloqueo político, que según las encuestas no despejaría unas elecciones, junto al protagonismo de otros conflictos políticos de importancia como el territorial, son buenas excusas para la parálisis que sufrimos en el frente económico si no fuera porque, en mi opinión, una parte de la inestabilidad política responde al malestar ciudadano creciente (desafección) ante la falta de un proyecto socioeconómico integrador.

La desigualdad social ha prendido tras la crisis, más que en otros países y amenaza con enquistarse. Todos los datos, nacionales e internacionales, lo avalan. Solo ello explica que, según recientes encuestas, el 47% diga que la economía española no está mejorando o que el 90% concluya que, en todo caso, si lo hace, no lo nota en su bolsillo ya que, como dicen el FMI y el Foro de Davos, estamos ante una recuperación «no inclusiva» por la globalización, la revolución tecnológica y, añado yo, las políticas conservadoras para hacer frente a la crisis.

Y en eso, el nuevo ministro de Economía se descuelga en una reciente entrevista diciendo que «la creación de empleo es la mejor redistribución que se puede hacer en la sociedad española actual». Sic. Como si no hubiese aquí más precariedad, más pobreza laboral, más salarios estancados que en la media de la eurozona que también tuvieron una crisis igual. De hecho, si esta fase de crecimiento no es inclusiva es porque no funcionan los mecanismos tradicionales de reparto de los beneficios del crecimiento: salarios y gasto social.

Y en el caso de España, gracias a una reforma laboral que debilitó la capacidad negociadora de los trabajadores y a recortes presupuestarios que se cebaron en el gasto social redistributivo. Es decir, si estamos diferencialmente peor, es por las políticas aplicadas por el Gobierno.

Los otros riesgos propios se inscriben en las tareas mínimas para abordar los retos del futuro que, sencillamente, no estamos haciendo. No tenemos la prometida ley del cambio climático y de la transición energética, ni hay recursos para impulsar la agenda digital, dos de los mayores desafíos a los que se está enfrentando el mundo. Es decir, el mayor riesgo actual de la economía española es seguir sin hacer nada. Aunque, claro, siempre habrá alguno que diga que peor sería… hacer tonterías.

@Sevilla. Jordi *Exministro del PSOE