El diputado José María Moreno, del PP-Aragón, ha presentado en La Aljafería una iniciativa parlamentaria alternativa o contraria al proyecto oficial del Espacio Goya para el Museo de Zaragoza.

Básicamente, Moreno propone sustituir esta vicaria anexión por un Museo exento, personal e intransferiblemente dedicado a la memoria y la obra del maestro de Fuendetodos. Dicho Museo debería erigirse ex novo , dotándose de un edificio singular que, además de atesorar los originales goyescos que allí puedan admirarse, ejercería, a nivel mundial, como locomotora turística del patrimonio aragonés. Se trata de una buena idea que, por desgracia, no tiene prácticamente ninguna posibilidad de salir adelante.

Y no la tiene porque los partidos de la Cámara autonómica, con la salvedad de este reciente desmarque del PP, no parecen estar por la labor de construir alrededor de nuestro genio más universal un auténtico emporio cultural capaz de competir en pie de una cierta igualdad con otros grandes museos españoles. Ni el PSOE ni el PAR han apoyado nunca esta recurrente iniciativa, moderándola, minimizándola, ya digo, en esa ampliación, o rincón, de un Museo de Zaragoza que, al margen de sus actividades científicas, nunca se ha caracterizado precisamente por su programación cultural ni por su capacidad para atraer nuevos públicos.

El PP-Aragón incluía en su programa electoral de los no tan remotos comicios de 1995 el proyecto de un Museo Goya, pero el entonces presidente autonómico, Santiago Lanzuela, secundado por Manuel Pizarro, ingenió el embrión de una primera variante del Espacio Goya, consistente en albergar las piezas del genio de las Majas en un piso de Ibercaja. Esta doméstica solución de los "ilustrados" de la derecha de fin de siglo, recompuesta al calor del aniversario goyesco, fue luego desestimada por Marcelino Iglesias, quien nos propone ahora su ubicación en el Museo de Zaragoza. Un proyecto mínimo, circunstancial, que mejorará, desde luego, la caótica dispersión actual de la oferta goyesca, pero que no acabará de ejercer como ese gran foco de atracción popular que ahora, con buen criterio, y enmendando viejas cautelas, apunta Moreno.

Por encima de Baltasar Gracián, de Ramón y Cajal, Luis Buñuel, Ramón J. Sénder, Miguel Fleta y otros elevadísimos talentos que Aragón ha ofrecido al mundo, la figura de Francisco de Goya y Lucientes concita un interés y una admiración ecuménicos. Probablemente, Goya sea el artista español más admirado en el orbe. Generación tras generación, vanguardia tras vanguardia, su prestigio no hace sino crecer. En Estados Unidos, en Europa, en Japón, su obra despierta pasiones.

Sobre estas reflexiones, y sobre el hecho de que en Aragón abunda su obra no puede desdeñarse la posibilidad de dedicarle un Museo vivo, capaz de establecer una ambiciosa programación cultural, de organizar grandes exposiciones, formalizar préstamos, itinerancias, becas, y, especialmente, capaz de atraer a miles de visitantes.

Pero nadie escuchará al diputado Moreno.

*Escritor y periodista