Si yo te preguntara de qué te quieres reír, imagino que no sabrías qué contestarme, quizá sí. Si te digo que me río de ti, imagino que no te haría ni puta gracia. Si te digo que nos reímos de mí, quizá te resultaría más divertido. La risa es una simple intuición, diría que es una terapia que todos compartimos, aunque la mayoría no la entendamos, es una forma de estar y de ser en esta vida y una forma en muchas ocasiones de decir: “Chico, no me gustas, pero nada”.

La risa es un océano con todas sus olas y todas sus islas y sus grandes desvelos y todas las ruinas que son despropósitos y daños en las risas que forzamos, y que a veces son solo simples muecas de nuestra locura o dolor.

La risa nos devuelve la vida, cuando esta se rompió y andábamos buscando una línea de autobús que nunca llegaba. Nunca. La risa trae la intuición de vivir, que nos es poco, y de pensar que quizá ni tú eras tan malo ni yo tan buena. Y el autobús sigue sin llegar. Así es la risa y la vida.

La risa me recuerda que ya no te quiero, quizá sí, y si no te quiero no es por la risa, es porque simplemente eres torpe y mediocre y no me aceptas, y la risa me recuerda que escribo al amanecer y también cuando el día no tiene luz, incluso cuando no hay ni siquiera esperanza. Escribo y me curo, o eso creo. Y escribir me colma de placer, que es lo mismo que desgarro, y que no es risa.

La risa es cordial y enigmática. La risa no tiene fecha de nacimiento ni carné de identidad, ese que tanto nos cuida de ser o de no ser nosotros, cosas que a la risa nada o muy poco le preocupan.

La risa es libre y hace daño, porque quien se ríe a boca llena, tenga poco o nada, es libre. Eso lo dice la risa, que es sabia, aunque se rían de ella.

La risa somos tú y yo en un camino vacío donde la risa se congeló y yo supe que te estabas riendo de mí. Y callé. Siempre. La risa me enseñó a sonreír con infinito dolor.

La risa es fango y es fracaso y son niñas sin futuro y son dudas y es un instante de virtud cuando en este mundo perverso piensas que es mejor pasar un buen rato, aunque sea un segundo y nada más. Pregúntale a la risa.

La risa es un vendaval que sin advertir te pinta y te cambia el rostro; es un instante entre el presente y el devenir que no acaba de llegar. Es una cara y una mueca. Es la forma más sincera de decirte: “Olvídame, aunque me quieras o pensaste que me querías”.

La risa es un bolero que cantaría en calles vacías y llenas. Es tu vida y es la mía. O la de nadie.

La risa no tiene nombre ni apellido, porque se ríe y se llama a sí misma. Yo te invoco: Risa