El director de la compañía de danza La Mov, Víctor Jiménez, se ha inspirado en el tiempo para su último espectáculo, que fue presentado este último fin de semana en el Teatro Principal de Zaragoza. Una coreografía abstracta, sin concesiones al público, a base de convulsos movimientos de los bailarines en escena y de un mínimo decorado con luces pálidas y grandes esferas colgando de los telones a modo de símbolos (¿el sol, la luna, los astros, la circularidad del tiempo?). En Tempus fugit, los bailarines, casi desnudos, simbolizaban, o algunos así lo entendimos, una fase primitiva de la humanidad, donde todavía no imperaban las leyes sociales, ni siquiera la noción de pareja. Un mundo pálido, elemental, presidido por el poder solar y los ciclos de la luna, por el deseo y el hambre, o por el hambre y el deseo de poder....

¿Cómo hoy, como ahora?, se me ocurre preguntar porque el espectáculo que estos días estamos viendo en la política española no difiere tanto del Tempus fugit danzado por La Mov.

Ese tiempo que huye o ese memento mori está acuciando a los partidos, que corren en pos de un paraíso terrenal antes de que se abran los cielos para engullirlos.

En Aragón, afectado por la herejía de la división, todos corren hacia la roca magnética del Pignatelli. Piedra imán, donde Javier Lambán parece haberse aposentado como el chamán capaz de interpretar su arcano y donde otros hechiceros, Arturo Aliaga, José Luis Soro, Nacho Escartín parecen dispuestos a encaramarse para escapar a los elementos o al implacable tempus fugit. Desde lo alto de esa roca autonómica, apretados, más que unidos, se creerán a salvo de su mortalidad política y capaces de reescribir su fecha de caducidad alzando orgullosos sus proféticos cayados mientras abajo, en las olas del tiempo, los demás naufragan...

Un espectáculo, en la danza de La Mov, por parejas, y en el actual baile de la política aragonesa por dobles parejas, presidido en ambos casos por la necesidad y el ansia de sobrevivir... aunque sea a codazos. Como si a cada minuto pudiese perderse un cargo, un voto, un sueldo, como si apenas quedase margen para aferrarse al poder antes de que se desvanezca en el sueño del tiempo.H