No quería hablar del caso Rocío Carrasco, porque siempre he tenido enorme respeto por las mujeres que han sido o se han sentido maltratadas. No pensaba ver el programa (hablo del cero), pero me senté cinco minutos y me quedé pegada al sofá. Me la creí. Pero eso es cosa mía.

El caso es que voy a escribir sobre Rocío Carrasco porque ayer leí que las llamadas al 016 han aumentado casi un 42% desde que se emitió el primer programa, y los whatsapp al número 600 000 016 se han incrementado exponencialmente, un 1.464,5%, de 31 a 485. Y eso me dice que muchas mujeres, a lo mejor, están sufriendo maltrato y no lo saben.

Porque los datos oficiales dicen que apenas un 25% de las asesinadas por sus parejas o exparejas habían denunciado. Mi pregunta, sabiendo que el ex marido de Rocío Carrasco no tiene ninguna condena por maltrato, es la siguiente. Si Rocío puede presentar informes de que vive con un gran sufrimiento psíquico desde hace años, firmados por psiquiatras forenses; si ese sufrimiento se lo provoca su ex marido, además públicamente; si eso está probado y apoyado por testimonios de profesionales, como se deduce del programa de televisión, ¿no es eso un maltrato de libro? ¿Por qué los jueces no lo ven así? Lo pregunto sin ironía.

En cuanto a esos tertulianos carroñeros que ahora se dan golpes de pecho pidiendo perdón, les digo una cosa: si yo fuera Rocío, no les perdonaría. Cuando acabe la emisión de la serie, mandaría un comunicado a una agencia de noticias: “Y ahora, un detallito más. Belén, Kiko, María, Jorge Javier y toda la recua añadida: vosotros tenéis tanta culpa como Antonio David. Guardaos vuestro arrepentimiento. Me habéis maltratado tanto como él. Ahora, me vuelvo a casa con los míos. Hasta nunca”.