El genial Auguste Rodin acaba de ser objeto, objetivo o pasto de una película del mismo título, dirigida por Jacques Doillon. El actor inglés Vincent Lindon hace lo que puede por dar vida al extraordinario escultor francés, bastante más genial que el guionista de este metraje centrado en las relaciones amorosas del artista, en especial con su discípula y amante Camille Claudel. Amor tempestuoso desde el principio, las tempranas afinidades entre ellos irían dando paso a una fase de discrepancia y alejamiento, hasta abrirse al rencor, la animadversión, incluso al enfrentamiento. Las restantes relaciones de Rodin, incluida la madre de su hijo, fueron igualmente tormentosas, contradictorias, colmadas de estrepitosas risas y de hoscos silencios, de alturas eróticas como de depresiones psíquicas, haciendo en todos los casos, que fueron muchos, o muchas las discípulas y modelos, difícil la convivencia.

En medio de tanta pasión, lo que realmente apasionaba a Rodin era trabajar con el barro, sentirlo entre las manos para obligarle a vivir y hacerse carne. En esos momentos de inspiración en el estudio se olvidaba de todo y era feliz.

Algo parecido le está pasando, me temo, a Pedro Sánchez, el último artista de la política española, que ha pasado de no vender un cromo a hacerse el cuadro en el Congreso. El barro del poder va tomando en sus manos la forma de nuevas figuras institucionales y fiscales, luces y sombras, claroscuros de otra manera de ver, pintar, amasar, esculpir la política. Desde el estudio de Rajoy, maestro del bodegón español, ya retirado, los críticos acusan a Sánchez de modelar un Frankenstein, pero él encarga moldes, corta o pone cabezas y pegotes por aquí y allá, queriéndolo cambiar todo a base de nuevas formas o materiales. A su lado, el ayudante, Pablo Iglesias, le mezcla el yeso y los colores, y sus discípulas--ministras tratan de seguir sus consignas, aunque no siempre le entiendan (tampoco se entendía a Rodin). Cuando unos y otros, presidente y ministros, se contradicen (con el diésel, con las prostitutas, con el impuesto bancario...) Sánchez se encierra en el estudio de Moncloa y se pone a dibujar furiosamente, desgarrando a trazos los bodegones del PP y esa España inmóvil, mesetaria, que una y otra vez sobrevive a las tormentas y furias, a las revoluciones y guerras.

Rodin fue un gigante. Se verá hasta donde crece la figura y obra de Sánchez.