Desnuda, con una rosa en el pecho. Así fue como la Guardia Civil encontró el cadáver de una mujer en Torre Pacheco (Murcia). Horas más tarde, detenían a su expareja. Los hechos ocurrieron este pasado viernes, quizá ni siquiera sea la última víctima de esta semana. De nuevo, una mujer asesinada por un hombre que un día dijo amarla como nadie. Violencia machista, decimos. Y esas dos palabras parecen no tener nada que ver con esa rosa depositada encima del pecho. ¿Qué hace ese supuesto gesto de amor ante la más grave demostración de odio?

Amor y violencia. Nos cuesta concebir que ambas palabras puedan convivir en un mismo acto. Incluso resulta perturbador aceptarlo. Pero es peor no abordar esa realidad. Porque, quizá, no siempre está claro el complejo y completo significado de ambas palabras. Un cuchillo clavado en un cuerpo, un morado tiñendo la piel, son imágenes diáfanas, muestras de una violencia teñida de rojo y negro. ¿Y una humillación? ¿Y un desprecio? Esa frase que hiere como un estilete, que remueve las entrañas. Al fin, quizá ni se sienten, de tan continuadas, de tan habituales. Una violencia gris como un día de fina y triste lluvia.

Te quiero. Te amo más que a mi vida. No soy nada si no estás a mi lado. No puedo vivir sin ti. ¿Dónde vas? No te vayas. No me dejes. No puedes irte. He dicho que no puedes irte. ¿Cómo te atreves a desafiarme? Tú no sabes nada. Inútil, no eres más que una inútil… El amor también puede cambiar de color. Y quizá se convierte en mal amor o, simplemente, deja de serlo. Pero no siempre es fácil entender que ha mutado hasta convertirse en otra cosa. Que las ganas de compartir se han convertido en dominación, en control. En una pesada y oscura tela de araña, en una trampa para la víctima.

Ahí, en esos grises, en ese terreno desdibujado y lóbrego donde confluyen la violencia y el amor, nace el mal. Entonces, él deja una rosa en el cuerpo desnudo de ella. Quizá para tratar de perdonarse, quizá creyendo que solo ha asesinado a una parte de sí mismo. H *Periodista